Thursday, December 29, 2016

Be an Artisan of Peace!


This January 1st we join with all the women and men around the world who pray for, work towards, and seek to become peace in the world.

Remember that this Sunday, January 1st, is the 50th anniversary of the World Day of Peace.
We invite you to take some time for prayer, and to submit a photo of yourself with a sign that says, "I am an artisan of peace," using the hashtag #PeaceofChrist to share on social media. 

Print the banner:  here

Or you can send us your photos to: jpic.office@amormeus.org and we will share them for you. 



Para encaminar nuestros pies por camino de paz

(Por Ecumenismo por la Paz) La paz justa encarna un cambio fundamental en la práctica ética e implica un marco diferente de análisis y criterios para la acción. Este llamamiento marca el cambio y muestra algunas de las consecuencias para la vida y el testimonio de las iglesias. 
1.         La justicia que abraza la paz: ¿Puede haber justicia sin paz? ¿Puede haber paz sin justicia? Buscamos con demasiada frecuencia la justicia a expensas de la paz, y la paz a expensas de la justicia. Concebir la paz independientemente de la justicia significa poner en peligro la esperanza de que “la justicia y la paz se besar[á]n” (Salmos 85:10). Debemos reformar nuestros caminos cuando falta paz y justicia, o cuando éstas se oponen. Luego levantémonos y trabajemos juntos por la paz y la justicia.
2.         Que hablen los pueblos: Hay muchas historias que contar: historias empapadas de violencia, de violación de la dignidad humana y de destrucción de la Creación. Si todos los oídos oyeran los gritos, ningún lugar sería realmente silencioso. Muchos todavía no se han recuperado del impacto de las guerras; la animadversión étnica y religiosa y la discriminación basada en la raza y la casta estropean la fachada de las naciones dejando feas cicatrices. Miles de personas están muertas, desplazadas, sin hogar, refugiadas en su propia patria. Con frecuencia, las mujeres y los niños son los más castigados por los conflictos: muchas mujeres sufren abusos, son víctimas de la trata o resultan muertas; los niños son separados de sus padres, quedan huérfanos, son reclutados como soldados o sufren abusos. Los ciudadanos de algunos países se enfrentan a la violencia de la ocupación, los paramilitares, las guerrillas, los carteles criminales o las fuerzas gubernamentales. Los de muchas naciones sufren Gobiernos obsesionados con la seguridad nacional y el poder armado que de todas formas no consiguen aportar seguridad verdadera, año tras año. Miles de niños mueren cada día a causa de una nutrición insuficiente mientras los que ocupan el poder siguen tomando decisiones económicas y políticas que favorecen a un número relativamente pequeño de personas.
3.         Que hablen las Escrituras: La Biblia hace de la justicia la compañera inseparable de la paz (Isaías 32:17; Santiago 3:18). Ambas apuntan a relaciones justas y sostenibles en la sociedad humana, la vitalidad de nuestros lazos con la Tierra, el “bienestar” y la integridad de la Creación. La paz es el regalo de Dios a un mundo roto pero amado, tanto hoy como en vida de Jesucristo: “La paz os dejo, mi paz os doy” (Juan 14:27). Por medio de la vida, las enseñanzas, la muerte y la resurrección de Jesucristo, percibimos la paz como una promesa y un presente, una esperanza para el futuro y un regalo aquí y ahora. 
4.         Jesús nos dijo que amáramos a nuestros enemigos, rogáramos por nuestros perseguidores y no usáramos armas mortíferas. Su paz encuentra expresión en el espíritu de las bienaventuranzas (Mateo 5:3-11). A pesar de la persecución, se mantiene firme en su no violencia activa, incluso hasta la muerte. Su vida de compromiso con la justicia termina en una cruz, instrumento de tortura y ejecución. Con la resurrección de Jesús, Dios confirma que ese amor incondicional, esa obediencia, esa confianza conducen a la vida. Esto es así también para nosotros.
5.         Allí donde hay perdón, respeto hacia la dignidad humana, generosidad y atención a los débiles en la vida común de la humanidad, alcanzamos a ver el don de la paz, aunque sea vagamente. De ello se deduce que se pierde la paz cuando la injusticia, la pobreza y la enfermedad –así como el conflicto armado, la violencia y la guerra– infligen heridas en los cuerpos y almas de los seres humanos, en la sociedad y en la Tierra.
6.         Sin embargo, algunos textos de la Biblia asocian la violencia con la voluntad de Dios. Sobre la base de esos pasajes, ciertos sectores de nuestra familia cristiana han legitimado y siguen legitimando el uso de la violencia por ellos mismos y otros. Ya no podemos leer tales textos sin prestar atención a la ausencia de respuesta por parte de los humanos al llamamiento divino a la paz. Hoy, debemos interrogar los textos que hablan de violencia, odio y prejuicios, o apelan a la ira de Dios para aniquilar a otro pueblo. Debemos permitir que dichos textos nos enseñen a discernir, como la gente en la Biblia, cuándo nuestros propósitos, nuestros planes, nuestras animadversiones, pasiones y costumbres reflejan nuestros deseos más que la voluntad de Dios.
7.         Que hable la Iglesia: Como cuerpo de Cristo, la Iglesia está llamada a ser un lugar de construcción de la paz. Nuestras tradiciones litúrgicas ponen de manifiesto de múltiples maneras, y en especial en la celebración de la eucaristía, cómo la paz de Dios nos exhorta a compartir la paz entre nosotros y con el mundo. Sin embargo, la mayoría de las veces las iglesias no hacen realidad su llamamiento. La desunión cristiana, que debilita de muchas formas la credibilidad de las iglesias con respecto a la construcción de la paz, nos invita a una conversión constante de corazones y mentes. Solo cuando las comunidades de fe están cimentadas en la paz de Dios pueden ser “agentes de reconciliación y de paz con justicia en los hogares, las iglesias y las sociedades, así como en las estructuras políticas, sociales y económicas a nivel mundial” (traducción libre, Asamblea del CMI, 1998). La iglesia que vive la paz que proclama es lo que Jesús llamó una ciudad asentada sobre un monte para que todos la vean (Mateo 5:14). Los creyentes que ejercen el ministerio de la reconciliación que Dios les ha encomendado en Cristo apuntan más allá de las iglesias a lo que Dios está haciendo en el mundo (véase 2 Corintios 5:18). 

EL CAMINO DE LA PAZ JUSTA

8.         Hay muchas formas de responder a la violencia, muchas formas de practicar la paz. Como miembros de la comunidad que proclama a Cristo la encarnación de la paz, respondemos al llamamiento a introducir el don divino de la paz en los contextos contemporáneos de la violencia y los conflictos. Así pues, nos unimos al camino de la paz justa, que requiere avanzar hacia la meta y comprometerse con el viaje. Invitamos a personas de todas las tradiciones religiosas y visiones del mundo a que piensen en la meta y compartan sus caminos. La paz justa nos invita a todos a dar testimonio con nuestras vidas. Para buscar la paz debemos prevenir y eliminar la violencia personal, estructural y en los medios de comunicación, incluida la violencia hacia las personas por su raza, casta, sexo, orientación sexual, cultura o religión. Hemos de ser responsables ante quienes nos han precedido, con maneras de vivir que honren la sabiduría de nuestros antepasados y el testimonio de los santos en Cristo. También tenemos una responsabilidad ante quienes representan el futuro: nuestros hijos, la “gente del mañana”. Nuestros hijos merecen heredar un mundo más justo donde reine la paz.
9.         La resistencia no violenta es fundamental para el camino de la paz justa. Una resistencia bien organizada y pacífica es activa, tenaz y eficaz, ya sea frente a la opresión gubernamental y el abuso o frente a las prácticas comerciales que explotan a las comunidades vulnerables y la Creación. Reconociendo que la fortaleza de los poderosos depende de la obediencia y sumisión de los ciudadanos, de los soldados y, cada vez más, de los consumidores, las estrategias no violentas pueden incluir actos de desobediencia civil e insumisión.
10.       En el camino de la paz justa, justificar el conflicto armado y la guerra se vuelve cada vez más inverosímil e inaceptable. Las iglesias han luchado durante décadas contra su desacuerdo en esta materia; no obstante, el camino de la paz justa nos obliga ahora a avanzar. No basta, sin embargo, con condenar la guerra; debemos hacer todo lo que esté en nuestras manos para promover la justicia y la cooperación pacífica entre pueblos y naciones. El camino de la paz justa es diferente en su esencia del concepto de “guerra justa” y mucho más que criterios para proteger a las personas del uso injusto de la fuerza; además de silenciar las armas, abraza la justicia social, el imperio de la ley, el respeto de los derechos humanos y la seguridad humana común.
11.       Dentro de las limitaciones de la lengua y el intelecto, proponemos que la paz justa sea comprendida como un proceso colectivo y dinámico pero arraigado de liberación de los miedos y carencias de los seres humanos, de superación de la animadversión, la discriminación y la opresión, y de establecimiento de condiciones para unas relaciones justas que privilegien la experiencia de los más vulnerables y respeten la integridad de la Creación.

VIVIR EL CAMINO

12.       La paz justa es un viaje al propósito de Dios para la humanidad y para toda la Creación, confiando en que Dios “encaminar[á] nuestros pies por camino de paz” (Lucas 1:79).
13.       El viaje es difícil. Admitimos que debemos aceptar la verdad a lo largo del camino. Caemos en la cuenta de la frecuencia con que nos engañamos a nosotros mismos y somos cómplices de la violencia. Aprendemos a dejar de buscar justificación a lo que hemos hecho y nos preparamos para practicar la justicia. Esto significa confesar nuestras malas obras, dar y recibir perdón, y aprender a reconciliarnos.
14.       Los pecados de la violencia y la guerra dividen profundamente a las comunidades. Quienes han estereotipado y demonizado a sus adversarios necesitarán apoyo y acompañamiento a largo plazo para salir de su estado y curarse. Reconciliarse con los enemigos y restablecer relaciones rotas es un proceso largo y un objetivo necesario. En un proceso de reconciliación ya no hay los que tienen poder y los que no, los superiores y los inferiores, los poderosos y los insignificantes. Tanto víctimas como victimarios son transformados. 
15.       Los acuerdos de paz son a menudo precarios, provisionales e inadecuados. Los lugares donde se declara la paz aún pueden estar llenos de odio. Reparar el daño de la guerra y la violencia puede llevar más tiempo que el conflicto que lo causó. Pero lo que hay de paz a lo largo del camino, aunque sea imperfecta, es una promesa de las grandes cosas que nos esperan.
16.       Viajamos juntos. La Iglesia dividida con respecto a la paz y las iglesias desgarradas por los conflictos tienen poca credibilidad como testigos y trabajadoras por la paz. El poder de las iglesias para trabajar por la paz y dar testimonio de ella depende de encontrar un propósito común al servicio de la paz pese a las diferencias de identidad étnica y nacional e, incluso, de doctrina y orden eclesiástico. 
17.       Viajamos como una comunidad, compartiendo una ética y práctica de la paz que incluyen el perdón y el amor a los enemigos, la no violencia activa, el respeto hacia los demás, la delicadeza y la misericordia. Buscamos la paz en nuestras oraciones, pidiendo a Dios discernimiento a medida que avanzamos y los frutos del Espíritu a lo largo del camino.
18.       En las afectuosas comunidades de fe que viajan juntas, hay muchas manos para aliviar a los cansados de su carga. Una puede ofrecer un testimonio de esperanza en medio de la desesperación; otra, amor generoso por los necesitados. Las personas que han sufrido mucho encuentran valor para seguir viviendo a pesar de las tragedias y las pérdidas. El poder del Evangelio les permite dejar atrás hasta las inimaginables cargas del pecado personal y colectivo, de la ira, la amargura y el odio, que son el legado de la violencia y la guerra. El perdón no borra el pasado, pero cuando volvemos la vista atrás podemos ver que los recuerdos han cicatrizado, las cargas se han dejado de lado y los traumas han sido compartidos con otras personas y con Dios. Podemos proseguir el viaje.
19.       El viaje resulta atrayente. Con tiempo y dedicación a la causa, cada vez más personas escuchan la llamada a convertirse en pacificadores. Estas personas provienen de amplios círculos dentro de la iglesia, de otras comunidades de fe y de la sociedad en general. Trabajan para superar las divisiones de raza y religión, nación y clase; aprenden a permanecer junto a los empobrecidos; o asumen el difícil ministerio de la reconciliación. Muchas descubren que no es posible mantener la paz sin cuidar de la Creación y apreciar el trabajo milagroso de Dios.
20.       Al compartir el camino con nuestros prójimos, aprendemos a pasar de defender lo que es nuestro a vivir de manera generosa y abierta. Nos familiarizamos con nuestro papel de pacificadores. Descubrimos a personas de distintas profesiones y condiciones sociales. Nos da fuerza trabajar con ellas, reconocer nuestra vulnerabilidad mutua y afirmar nuestra común humanidad. El otro ya no es un extraño ni un adversario sino un prójimo con quien compartimos la carretera y el viaje.
Original publicado en: Consejo Mundial de Iglesias 

Artesanas de Paz


Este primero de enero, de modo muy especial, nos unimos con todas las mujeres y hombres que oran, construyen, impulsan, siembran paz en el mundo. Agradecemos a nuestras Hermanas de la Caridad del Verbo Encarnado por seguir moviéndonos hacia una cultura de paz y de no violencia.

Y es que este domingo 1 de enero celebramos la 50ª Jornada Mundial de la Paz. 

Te invitamos a tomar tiempo para orar por la paz, subir una fotografía con la frase: 'Soy artesana de paz', usando el hashtag, #PazDeCristo en tus redes sociales.

También puedes enviar tus fotos a jpic.office@amormeus.org, y las publicaremos por usted.

Aquí el enlace para descargar el banner: 
soy artesana de paz: aquí
soy artesano de paz:  click aquí





Saturday, December 24, 2016

Tuesday, December 20, 2016

Ben Salmon and the Army of Peace

Sr. Martha Ann Kirk, CCVI encourages us to learn about an inspiring Christian peacemaker: Ben Salmon. 

"One of the inspiring Christians of the last century was Ben Salmon, the American Catholic conscientious objector to World War I. Whenever my spirits sag over the apparently dim prospects for peace, I think of Ben, layman, husband, and father, peacemaker and resister. His was a lonely, steadfast stretch of discipleship to the nonviolent Jesus. I’ve thought often of Ben and taken his example to heart.  Imagine! Long before Mahatma Gandhi, Franz Jagerstatter, Dorothy Day, Dr. King or Thomas Merton -- before the Catholic Worker or Pax Christi or NCR, before Archbishop Romero, Vatican II or the Bishops’ Pastoral Letter on Peace -- this lone man stood and said that because of Jesus, he would not be a soldier. Right here in the United States."  

Read more here: https://www.ncronline.org/blogs/road-peace/ben-salmon-and-army-peace

Take Action

People everywhere from all walks of life are working together to achieve gender equality. But it takes more – it takes you. Every day in countries around the world, women and girls experience acts of violence ranging from online harassment to domestic assault and human trafficking. This has to stop.
You don’t have to be a hero to join the fight against gender-based violence, but real change requires all of us to do what we can. Here are a few ways to be smart about being safe.

No Trolls. What happens online is everyone’s business. Report bullying and abusive comments immediately to a parent, teacher or site administrator.

Teach Peace. Give young people the tools to stop gender-based violence before it starts with Voices Against Violence, a non-formal education program by UN Women and the World Association of Girl Guides and Girl Scouts.

Active Bystander. Check in to help out. Simply asking "Are you okay?" may offer a potential victim a way out of a dangerous situation.


It only takes a minute to have an impact.  How would your life be different if safety wasn't an issue?

Read all stories:

Saturday, December 17, 2016

Actúa contra la violencia

A diario en diversos países del mundo, las mujeres y las niñas sufren actos de violencia que van desde el acoso por Internet hasta la violencia doméstica y la trata de personas. Esto tiene que parar.

No tienes que ser  una heroína o héroe para unirte a la lucha contra la violencia de género. El cambio real requiere que todos/as hagamos lo que podamos. Aquí hay algunas maneras: 

No a los trolls.
Lo que pasa en línea es asunto de todos/as. Reporta el bullying y los comentarios abusivos inmediatamente a un padre o madre de familia, maestro/a, o al administrador/a del sito.

Sé testigo.
Saca la violencia doméstica de las sombras. Documenta incidentes de abuso potencial de pareja en tu edificio o barrio. Tus notas le brindarán credibilidad a las denuncias de la víctima.

Espectador/a activo/a.
Pregunta si puedes ayudar. El solo preguntar “¿Estás bien?” puede ofrecerle a una víctima la salida de una situación peligrosa.

Habla sin reservas
Se necesita apenas un minuto para tener un impacto. 

¿Cómo sería tu vida si la seguridad no fuera un problema?

Leer más: http://www.heforshe.org/es/newsroom 

La no violencia: un estilo de política para la paz

1. Al comienzo de este nuevo año formulo mis más sinceros deseos de paz para los pueblos y para las naciones del mundo, para los Jefes de Estado y de Gobierno, así como para los responsables de las comunidades religiosas y de los diversos sectores de la sociedad civil. Deseo la paz a cada hombre, mujer, niño y niña, a la vez que rezo para que la imagen y semejanza de Dios en cada persona nos permita reconocernos unos a otros como dones sagrados dotados de una inmensa dignidad. Especialmente en las situaciones de conflicto, respetemos su «dignidad más profunda»[1] y hagamos de la no violencia activa nuestro estilo de vida.
Este es el Mensaje para la 50 Jornada Mundial de la Paz. En el primero, el beato Papa Pablo VI se dirigió, no sólo a los católicos sino a todos los pueblos, con palabras inequívocas: «Ha aparecido finalmente con mucha claridad que la paz es la línea única y verdadera del progreso humano (no las tensiones de nacionalismos ambiciosos, ni las conquistas violentas, ni las represiones portadoras de un falso orden civil)». Advirtió del «peligro de creer que las controversias internacionales no se pueden resolver por los caminos de la razón, es decir de las negociaciones fundadas en el derecho, la justicia, la equidad, sino sólo por los de las fuerzas espantosas y mortíferas». Por el contrario, citando Pacem in terris de su predecesor san Juan XXIII, exaltaba «el sentido y el amor de la paz fundada sobre la verdad, sobre la justicia, sobre la libertad, sobre el amor»[2]. Impresiona la actualidad de estas palabras, que hoy son igualmente importantes y urgentes como hace cincuenta años.
En esta ocasión deseo reflexionar sobre la no violencia como un estilo de política para la paz, y pido a Dios que se conformen a la no violencia nuestros sentimientos y valores personales más profundos. Que la caridad y la no violencia guíen el modo de tratarnos en las relaciones interpersonales, sociales e internacionales. Cuando las víctimas de la violencia vencen la tentación de la venganza, se convierten en los protagonistas más creíbles en los procesos no violentos de construcción de la paz. Que la no violencia se trasforme, desde el nivel local y cotidiano hasta el orden mundial, en el estilo característico de nuestras decisiones, de nuestras relaciones, de nuestras acciones y de la política en todas sus formas.

Un mundo fragmentado
2. El siglo pasado fue devastado por dos horribles guerras mundiales, conoció la amenaza de la guerra nuclear y un gran número de nuevos conflictos, pero hoy lamentablemente estamos ante una terrible guerra mundial por partes. No es fácil saber si el mundo actualmente es más o menos violento de lo que fue en el pasado, ni si los modernos medios de comunicación y la movilidad que caracteriza nuestra época nos hace más conscientes de la violencia o más habituados a ella.
En cualquier caso, esta violencia que se comete «por partes», en modos y niveles diversos, provoca un enorme sufrimiento que conocemos bien: guerras en diferentes países y continentes; terrorismo, criminalidad y ataques armados impredecibles; abusos contra los emigrantes y las víctimas de la trata; devastación del medio ambiente. ¿Con qué fin? La violencia, ¿permite alcanzar objetivos de valor duradero? Todo lo que obtiene, ¿no se reduce a desencadenar represalias y espirales de conflicto letales que benefician sólo a algunos «señores de la guerra»?
La violencia no es la solución para nuestro mundo fragmentado. Responder con violencia a la violencia lleva, en el mejor de los casos, a la emigración forzada y a un enorme sufrimiento, ya que las grandes cantidades de recursos que se destinan a fines militares son sustraídas de las necesidades cotidianas de los jóvenes, de las familias en dificultad, de los ancianos, de los enfermos, de la gran mayoría de los habitantes del mundo. En el peor de los casos, lleva a la muerte física y espiritual de muchos, si no es de todos.

La Buena Noticia
3. También Jesús vivió en tiempos de violencia. Él enseñó que el verdadero campo de batalla, en el que se enfrentan la violencia y la paz, es el corazón humano: «Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los pensamientos perversos» (Mc 7,21). Pero el mensaje de Cristo, ante esta realidad, ofrece una respuesta radicalmente positiva: él predicó incansablemente el amor incondicional de Dios que acoge y perdona, y enseñó a sus discípulos a amar a los enemigos (cf. Mt 5,44) y a poner la otra mejilla (cf. Mt 5,39). Cuando impidió que la adúltera fuera lapidada por sus acusadores (cf. Jn 8,1-11) y cuando, la noche antes de morir, dijo a Pedro que envainara la espada (cf. Mt 26,52), Jesús trazó el camino de la no violencia, que siguió hasta el final, hasta la cruz, mediante la cual construyó la paz y destruyó la enemistad (cf. Ef 2,14-16). Por esto, quien acoge la Buena Noticia de Jesús reconoce su propia violencia y se deja curar por la misericordia de Dios, convirtiéndose a su vez en instrumento de reconciliación, según la exhortación de san Francisco de Asís: «Que la paz que anunciáis de palabra la tengáis, y en mayor medida, en vuestros corazones»[3]
Ser hoy verdaderos discípulos de Jesús significa también aceptar su propuesta de la no violencia. Esta —como ha afirmado mi predecesor Benedicto XVI— «es realista, porque tiene en cuenta que en el mundo hay demasiada violencia, demasiada injusticia y, por tanto, sólo se puede superar esta situación contraponiendo un plus de amor, un plus de bondad. Este “plus” viene de Dios»[4]. Y añadía con fuerza: «para los cristianos la no violencia no es un mero comportamiento táctico, sino más bien un modo de ser de la persona, la actitud de quien está tan convencido del amor de Dios y de su poder, que no tiene miedo de afrontar el mal únicamente con las armas del amor y de la verdad. El amor a los enemigos constituye el núcleo de la “revolución cristiana”»[5]. Precisamente, el evangelio del amad a vuestros enemigos (cf. Lc 6,27) es considerado como «la charta magna de la no violencia cristiana», que no se debe entender como un «rendirse ante el mal […], sino en responder al mal con el bien (cf. Rm 12,17-21), rompiendo de este modo la cadena de la injusticia»[6].

Más fuerte que la violencia
4. Muchas veces la no violencia se entiende como rendición, desinterés y pasividad, pero en realidad no es así. Cuando la Madre Teresa recibió el premio Nobel de la Paz, en 1979, declaró claramente su mensaje de la no violencia activa: «En nuestras familias no tenemos necesidad de bombas y armas, de destruir para traer la paz, sino de vivir unidos, amándonos unos a otros […]. Y entonces seremos capaces de superar todo el mal que hay en el mundo»[7]. Porque la fuerza de las armas es engañosa. «Mientras los traficantes de armas hacen su trabajo, hay pobres constructores de paz que dan la vida sólo por ayudar a una persona, a otra, a otra»; para estos constructores de la paz, Madre Teresa es «un símbolo, un icono de nuestros tiempos»[8]. En el pasado mes de septiembre tuve la gran alegría de proclamarla santa. He elogiado su disponibilidad hacia todos por medio de «la acogida y la defensa de la vida humana, tanto de la no nacida como de la abandonada y descartada […]. Se ha inclinado sobre las personas desfallecidas, que mueren abandonadas al borde de las calles, reconociendo la dignidad que Dios les había dado; ha hecho sentir su voz a los poderosos de la tierra, para que reconocieran sus culpas ante los crímenes —¡ante los crímenes!— de la pobreza creada por ellos mismos»[9]. Como respuesta —y en esto representa a miles, más aún, a millones de personas—, su misión es salir al encuentro de las víctimas con generosidad y dedicación, tocando y vendando los cuerpos heridos, curando las vidas rotas. 
La no violencia practicada con decisión y coherencia ha producido resultados impresionantes. No se olvidarán nunca los éxitos obtenidos por Mahatma Gandhi y Khan Abdul Ghaffar Khan en la liberación de la India, y de Martin Luther King Jr. contra la discriminación racial. En especial, las mujeres son frecuentemente líderes de la no violencia, como, por ejemplo, Leymah Gbowee y miles de mujeres liberianas, que han organizado encuentros de oración y protesta no violenta (pray-ins), obteniendo negociaciones de alto nivel para la conclusión de la segunda guerra civil en Liberia. 
No podemos olvidar el decenio crucial que se concluyó con la caída de los regímenes comunistas en Europa. Las comunidades cristianas han contribuido con su oración insistente y su acción valiente. Ha tenido una influencia especial el ministerio y el magisterio de san Juan Pablo II. En la encíclica Centesimus annus (1991), mi predecesor, reflexionando sobre los sucesos de 1989, puso en evidencia que un cambio crucial en la vida de los pueblos, de las naciones y de los estados se realiza «a través de una lucha pacífica, que emplea solamente las armas de la verdad y de la justicia»[10]. Este itinerario de transición política hacia la paz ha sido posible, en parte, «por el compromiso no violento de hombres que, resistiéndose siempre a ceder al poder de la fuerza, han sabido encontrar, una y otra vez, formas eficaces para dar testimonio de la verdad». Y concluía: «Ojalá los hombres aprendan a luchar por la justicia sin violencia, renunciando a la lucha de clases en las controversias internas, así como a la guerra en las internacionales»[11].
La Iglesia se ha comprometido en el desarrollo de estrategias no violentas para la promoción de la paz en muchos países, implicando incluso a los actores más violentos en un mayor esfuerzo para construir una paz justa y duradera. 
Este compromiso en favor de las víctimas de la injusticia y de la violencia no es un patrimonio exclusivo de la Iglesia Católica, sino que es propio de muchas tradiciones religiosas, para las que «la compasión y la no violencia son esenciales e indican el camino de la vida»[12]. Lo reafirmo con fuerza: «Ninguna religión es terrorista»[13]. La violencia es una profanación del nombre de Dios[14]. No nos cansemos nunca de repetirlo: «Nunca se puede usar el nombre de Dios para justificar la violencia. Sólo la paz es santa. Sólo la paz es santa, no la guerra»[15].

La raíz doméstica de una política no violenta
5. Si el origen del que brota la violencia está en el corazón de los hombres, entonces es fundamental recorrer el sendero de la no violencia en primer lugar en el seno de la familia. Es parte de aquella alegría que presenté, en marzo pasado, en la Exhortación apostólica Amoris laetitiacomo conclusión de los dos años de reflexión de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia. La familia es el espacio indispensable en el que los cónyuges, padres e hijos, hermanos y hermanas aprenden a comunicarse y a cuidarse unos a otros de modo desinteresado, y donde los desacuerdos o incluso los conflictos deben ser superados no con la fuerza, sino con el diálogo, el respeto, la búsqueda del bien del otro, la misericordia y el perdón[16]. Desde el seno de la familia, la alegría se propaga al mundo y se irradia a toda la sociedad[17]. Por otra parte, una ética de fraternidad y de coexistencia pacífica entre las personas y entre los pueblos no puede basarse sobre la lógica del miedo, de la violencia y de la cerrazón, sino sobre la responsabilidad, el respeto y el diálogo sincero. En este sentido, hago un llamamiento a favor del desarme, como también de la prohibición y abolición de las armas nucleares: la disuasión nuclear y la amenaza cierta de la destrucción recíproca, no pueden servir de base a este tipo de ética[18]. Con la misma urgencia suplico que se detenga la violencia doméstica y los abusos a mujeres y niños.
El Jubileo de la Misericordia, concluido el pasado mes de noviembre, nos ha invitado a mirar dentro de nuestro corazón y a dejar que entre en él la misericordia de Dios. El año jubilar nos ha hecho tomar conciencia del gran número y variedad de personas y de grupos sociales que son tratados con indiferencia, que son víctimas de injusticia y sufren violencia. Ellos forman parte de nuestra «familia», son nuestros hermanos y hermanas. Por esto, las políticas de no violencia deben comenzar dentro de los muros de casa para después extenderse a toda la familia humana. «El ejemplo de santa Teresa de Lisieux nos invita a la práctica del pequeño camino del amor, a no perder la oportunidad de una palabra amable, de una sonrisa, de cualquier pequeño gesto que siembre paz y amistad. Una ecología integral también está hecha de simples gestos cotidianos donde rompemos la lógica de la violencia, del aprovechamiento, del egoísmo»[19].

Mi llamamiento
6. La construcción de la paz mediante la no violencia activa es un elemento necesario y coherente del continuo esfuerzo de la Iglesia para limitar el uso de la fuerza por medio de las normas morales, a través de su participación en las instituciones internacionales y gracias también a la aportación competente de tantos cristianos en la elaboración de normativas a todos los niveles. Jesús mismo nos ofrece un «manual» de esta estrategia de construcción de la paz en el así llamado Discurso de la montaña. Las ocho bienaventuranzas (cf. Mt 5,3-10) trazan el perfil de la persona que podemos definir bienaventurada, buena y auténtica. Bienaventurados los mansos —dice Jesús—, los misericordiosos, los que trabajan por la paz, y los puros de corazón, los que tienen hambre y sed de la justicia.
Esto es también un programa y un desafío para los líderes políticos y religiosos, para los responsables de las instituciones internacionales y los dirigentes de las empresas y de los medios de comunicación de todo el mundo: aplicar las bienaventuranzas en el desempeño de sus propias responsabilidades. Es el desafío de construir la sociedad, la comunidad o la empresa, de la que son responsables, con el estilo de los trabajadores por la paz; de dar muestras de misericordia, rechazando descartar a las personas, dañar el ambiente y querer vencer a cualquier precio. Esto exige estar dispuestos a «aceptar sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso»[20]. Trabajar de este modo significa elegir la solidaridad como estilo para realizar la historia y construir la amistad social. La no violencia activa es una manera de mostrar verdaderamente cómo, de verdad, la unidad es más importante y fecunda que el conflicto. Todo en el mundo está íntimamente interconectado[21]. Puede suceder que las diferencias generen choques: afrontémoslos de forma constructiva y no violenta, de manera que «las tensiones y los opuestos [puedan] alcanzar una unidad pluriforme que engendra nueva vida», conservando «las virtualidades valiosas de las polaridades en pugna»[22].
La Iglesia Católica acompañará todo tentativo de construcción de la paz también con la no violencia activa y creativa. El 1 de enero de 2017 comenzará su andadura el nuevo Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, que ayudará a la Iglesia a promover, con creciente eficacia, «los inconmensurables bienes de la justicia, la paz y la protección de la creación» y de la solicitud hacia los emigrantes, «los necesitados, los enfermos y los excluidos, los marginados y las víctimas de los conflictos armados y de las catástrofes naturales, los encarcelados, los desempleados y las víctimas de cualquier forma de esclavitud y de tortura»[23].

En conclusión
7. Como es tradición, firmo este Mensaje el 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María. María es Reina de la Paz. En el Nacimiento de su Hijo, los ángeles glorificaban a Dios deseando paz en la tierra a los hombres y mujeres de buena voluntad (cf. Lc 2,14). Pidamos a la Virgen que sea ella quien nos guíe.
«Todos deseamos la paz; muchas personas la construyen cada día con pequeños gestos; muchos sufren y soportan pacientemente la fatiga de intentar edificarla»[24]. En el 2017, comprometámonos con nuestra oración y acción a ser personas que aparten de su corazón, de sus palabras y de sus gestos la violencia, y a construir comunidades no violentas, que cuiden de la casa común. «Nada es imposible si nos dirigimos a Dios con nuestra oración. Todos podemos ser artesanos de la paz»[25].
Francisco