La industria del fast fashion ya se considera emergencia medioambiental. Así lo calificaba la ONU en el marco del evento Fashion and the Sustainable Development Goals: What Role for the UN? celebrado en Génova hace unas semanas. Y aunque hasta este momento ya se sabía que muy eco no podía ser, es la primera vez que la Organización de las Naciones Unidas ha puesto las cartas sobre la mesa respecto a la amenaza real que la industria textil supone para el planeta. Si nos ponemos a analizar los datos, éstos resultan totalmente alarmantes. La industria de la moda es la segunda más contaminante del planeta después del petróleo, y la segunda que más agua contamina seguida de la industria eléctrica, produciendo el 20% de las aguas residuales que se generan a escala global. Aunque no se conocen todavía datos oficiales de este año y, según nos contaba Kavita Parmar hace unas semanas, podría tratarse ya de la más contaminante del mundo. Olga Algayerova, secretaria ejecutiva de la Comisión Económica de las Naciones Unidas para Europa, lo expresaba así: “Está claro que la industria de la moda debe cambiar sus engranajes y ser responsable con el medio ambiente”.
Y no podría estar más en lo cierto, detrás de cada una de las prendas que albergamos en nuestro armario se esconde una cantidad de agua y recursos usados de los que no somos conscientes. Para poner un poco los datos en perspectiva, se necesitan más de 10.000 litros de agua para producir tan solo un kilo de algodón, que vendría a ser el equivalente al consumo de un humano durante diez años, y con el que tan solo podríamos confeccionar un par de jeans. Para confeccionar una simple camiseta básica, por ejemplo, necesitaríamos 2.700 litros de agua, el equivalente a lo que una persona consumiría en dos años y medio. Y los datos no se quedan ahí: los campos que producen el algodón y que se riegan con esta agua están, además, plagados de pesticidas y insecticidas, en concreto un 11% de los pesticidas y un 24% de los insecticidas a nivel mundial.
Además del exorbitante consumo de agua y de la gran cantidad de pesticidas utilizados, la producción de fibras textiles sintéticas plásticas necesita de la quema de petróleo, que produce un 10% de las emisiones de dióxido de carbono: una cantidad equivalente a 50.000 millones de botellas de gaseosa, según la Fundación Ellen McArthur, que acaba cada año en el océano. Una cifra que supera a la que producen todos los vuelos internacionales y el envío marítimo de mercancías juntos, y lo peor: más de medio millón de toneladas de fibras sintéticas y plásticas que se desprenden durante el lavado acaban desembocando también en nuestros océanos. Asimismo, un 85% de los textiles es incinerado o se deposita en vertederos, el equivalente a 21.000 millones de toneladas al año. Y más allá de un alarmante impacto medioambiental, el fast fashion también tiene consecuencias sociales. Se calcula que aproximadamente 1 de cada 6 personas en el planeta trabaja en algo relacionado con la industria textil, muchas veces vinculadas con problemas de pobreza, género y maltrato laboral. Además, si la tendéncia de crecimiento demográfico sigue en esta línea, se calcula que en 2050 se necesitarán tres veces más recursos naturales que en el año 2000 para poder sustentar esta industria, responsable del 26% de los gases culpables del calentamiento global.
Al márgen de las barbaridades medioambientales que supone el fast fashion, el consumidor tiene un papel muy relevante en esta cadena. Según el informe A new textiles economy: Redesigning fashion’s future, la ONU afirma que el consumidor compra más ropa que en el año 2000 pero que ésta se conserva la mitad del tiempo: aproximadamente un 40% de las prendas que compramos no serán nunca usadas y acabarán incineradas o en vertederos. Así pues, resulta bastante evidente que es necesario cambiar el patrón con en el que funciona la industria. Linda Greer, científica del Consejo de Defensa de Recursos Naturales(NRDC), comentaba: “Estas cifras deberían motivarnos a todos nosotros (minoristas de ropa y marcas multinacionales, diseñadores, expertos en política, ONG y clientes comunes) para poner en marcha salidas más urgentes y efectivas para detener la marea del daño acelerado que está causando la industria de la moda”. Ya a finales de 2017 la Fundación Ellen MacArthur, con la colaboración de la diseñadora Stella McCartney, propuso una solución al problema con un ciclo de producción de cuatro pasos en el que se deje atrás el sistema actual y se implemente un método de producción circular, capaz de reutilizar los millones de toneladas de desechos que produce la industria cada día. Y visto lo visto, cada minuto que tardemos en implementarlo será un golpe mortal más para el planeta, y todos aquellos que lo habitamos.
Escribe: Gina Baldé
Publicado: ITFASHION.COM
Y no podría estar más en lo cierto, detrás de cada una de las prendas que albergamos en nuestro armario se esconde una cantidad de agua y recursos usados de los que no somos conscientes. Para poner un poco los datos en perspectiva, se necesitan más de 10.000 litros de agua para producir tan solo un kilo de algodón, que vendría a ser el equivalente al consumo de un humano durante diez años, y con el que tan solo podríamos confeccionar un par de jeans. Para confeccionar una simple camiseta básica, por ejemplo, necesitaríamos 2.700 litros de agua, el equivalente a lo que una persona consumiría en dos años y medio. Y los datos no se quedan ahí: los campos que producen el algodón y que se riegan con esta agua están, además, plagados de pesticidas y insecticidas, en concreto un 11% de los pesticidas y un 24% de los insecticidas a nivel mundial.
Además del exorbitante consumo de agua y de la gran cantidad de pesticidas utilizados, la producción de fibras textiles sintéticas plásticas necesita de la quema de petróleo, que produce un 10% de las emisiones de dióxido de carbono: una cantidad equivalente a 50.000 millones de botellas de gaseosa, según la Fundación Ellen McArthur, que acaba cada año en el océano. Una cifra que supera a la que producen todos los vuelos internacionales y el envío marítimo de mercancías juntos, y lo peor: más de medio millón de toneladas de fibras sintéticas y plásticas que se desprenden durante el lavado acaban desembocando también en nuestros océanos. Asimismo, un 85% de los textiles es incinerado o se deposita en vertederos, el equivalente a 21.000 millones de toneladas al año. Y más allá de un alarmante impacto medioambiental, el fast fashion también tiene consecuencias sociales. Se calcula que aproximadamente 1 de cada 6 personas en el planeta trabaja en algo relacionado con la industria textil, muchas veces vinculadas con problemas de pobreza, género y maltrato laboral. Además, si la tendéncia de crecimiento demográfico sigue en esta línea, se calcula que en 2050 se necesitarán tres veces más recursos naturales que en el año 2000 para poder sustentar esta industria, responsable del 26% de los gases culpables del calentamiento global.
Al márgen de las barbaridades medioambientales que supone el fast fashion, el consumidor tiene un papel muy relevante en esta cadena. Según el informe A new textiles economy: Redesigning fashion’s future, la ONU afirma que el consumidor compra más ropa que en el año 2000 pero que ésta se conserva la mitad del tiempo: aproximadamente un 40% de las prendas que compramos no serán nunca usadas y acabarán incineradas o en vertederos. Así pues, resulta bastante evidente que es necesario cambiar el patrón con en el que funciona la industria. Linda Greer, científica del Consejo de Defensa de Recursos Naturales(NRDC), comentaba: “Estas cifras deberían motivarnos a todos nosotros (minoristas de ropa y marcas multinacionales, diseñadores, expertos en política, ONG y clientes comunes) para poner en marcha salidas más urgentes y efectivas para detener la marea del daño acelerado que está causando la industria de la moda”. Ya a finales de 2017 la Fundación Ellen MacArthur, con la colaboración de la diseñadora Stella McCartney, propuso una solución al problema con un ciclo de producción de cuatro pasos en el que se deje atrás el sistema actual y se implemente un método de producción circular, capaz de reutilizar los millones de toneladas de desechos que produce la industria cada día. Y visto lo visto, cada minuto que tardemos en implementarlo será un golpe mortal más para el planeta, y todos aquellos que lo habitamos.
Escribe: Gina Baldé
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