¿Qué característica común identifica a los países
latinoamericanos? Indudablemente que la desigualdad. Desigualdad en lo
económico, social y cultural, que se manifiesta en consecuencias lejanas al
respeto de la dignidad personal y los derechos fundamentales de sus habitantes.
Y mucho más a las minorías indígenas.
Desigualdad que no es exclusiva de América Latina sino
que también existe en muchos otros países, particularmente en los denominados del “Tercer Mundo”. Y, en los últimos tiempos, en
los países desarrollados también, millones de seres humanos padecen de
discriminación y todo tipo de maltratos por su condición de migrantes,
refugiados o indocumentados. El mundo
padece de injusticia social. Por esta razón, desde hace 10 años conmemoramos el
20 de febrero el Día Mundial de la Justicia Social, establecido por la Asamblea
General de las Naciones Unidas.
La igualdad
de oportunidades y la vigencia de los derechos humanos constituyen los elementos
fundamentales de la justicia social. Y su base radica en la equidad que es
imprescindible para que los individuos puedan desarrollar su máximo potencial y
para que se pueda instaurar una paz duradera. No hay paz sin justicia social.
Hablar de justicia social importa “el respeto a la
persona humana, a la igualdad y diferencias entre las personas y, sobre todo, a
la solidaridad humana. La justicia social está ligada al bien común y al
ejercicio de la autoridad”, nos dice el Catecismo Católico (numerales 1928 y
1929 al 1948).
Actualmente a nivel mundial vivimos un sistema caracterizado por el reparto injusto de la riqueza, la que se encuentra en manos de una minoría, generando escandalosa exclusión. Urge aportar en nuestros espacios y quehaceres, testimonios coherentes con nuestra fe que ayuden a erradicar la pobreza y la desigualdad. Debemos trabajar en diferentes instancias y desde diferentes aspectos contra la corrupción que genera cada vez más, marginación y mayor pobreza.
Los Estados deben establecer políticas públicas
relacionadas con el empleo decente, educación de calidad (especialmente para
las mayorías), vivienda y, en la actualidad, dado el contexto del flagelo de la
corrupción que vivimos, sanción a los responsables de la gran corrupción, que
involucra a líderes políticos y empresariales de diferentes países
latinoamericanos. Una convivencia pacífica y próspera pasa necesariamente por
atender estas demandas, que diversos colectivos sociales exigen.
“La justicia es la que alegra el
corazón: cuando hay para todos, cuando uno ve que hay igualdad, equidad, cuando
cada uno tiene lo suyo. Cuando uno ve que alcanza para todos, si es bien
nacido, siente una felicidad enorme en el corazón”, nos dijo Francisco en su
visita al Ecuador. Amén.
Escribe: Víctor Mendoza Barrantes (Director de
la Comisión de Justicia Social de la Diócesis de Chimbote, Perú e integrante
del Comité Internacional JPIC – CCVI).
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