Mayor Zaragoza es catedrático de
Bioquímica y un defensor comprometido de la paz. Fue durante doce años Director
General de la UNESCO y presidió la Fundación Cultura de Paz. Además es poeta y
escritor.
Ángeles
Mateos: ¿Qué se está entendiendo o qué
se quiere decir realmente con ‘cultura de paz’?
Federico
Mayor: La cultura de paz es una
síntesis terminológica de la que hace bien poco Johan Galtung me decía, »¡qué
bien que nos haya dado usted una fórmula tan sencilla para decir lo que todos
queremos decir!«, pues en inglés solo hay dos palabras: culture, peace. Y basta
con estas dos palabras para comprender que justamente lo que queremos es ir en contra
de una »cultura de guerra o de violencia«.
Es decir, ir en contra de la
fuerza y de la violencia y favorecer la razón, el diálogo y la conciliación. Y
esto es posible porque, como científico sostengo – y en la Declaración de
Sevilla así lo expresamos en un manifiesto que luego hizo luego suyo la
Conferencia General de la UNESCO – que carece de toda base argüir que la
guerra y la violencia son inherentes al ser humano. Luego, no »nacemos« sino
que nos »hacemos«. Las guerras, como
afirma la Constitución de la UNESCO, »nacen en el espíritu de los hombres«, y,
por tanto también su erradicación. De ahí la necesidad de una cultura de paz.
Pero, como me demanda concreción,
añadiré una precisión más: para mí la definición suprema de cultura es nuestro
comportamiento en cada instante, porque es lo que resume todo lo que hemos
vivido, nuestra experiencia, lo que hemos recibido, el contexto en que hemos
vivido, lo que pensamos, soñamos... Todo lo que hace que cada día nos
comportemos de una manera determinada. Por eso, para mí la mejor definición de
cultura es la de »comportamiento cotidiano«. Esto mismo llevado al ámbito
concreto de la paz, sería cultura de paz: acciones, maneras de vida,
comportamientos, hábitos, actitudes, … que favorezcan, que vayan a favor de la
paz.
Ángeles
Mateos: ¿qué condiciones se requieren?,
¿a qué plazo?, ¿con qué medios?
Federico
Mayor : El objetivo de la paz es un
objetivo a largo plazo que supone establecer un estrecho vínculo entre paz,
desarrollo, justicia y democracia. Es lo que denomino »triángulo interactivo«,
que sólo es efectivo cuando tiene como eje central la educación y por
motivación profunda la solidaridad y el sentimiento de justicia. No es posible
una cultura de paz sin la intervención de estos otros elementos que ayudan a su
construcción, que podrían concretarse en estos tres pilares: desarrollo,
democracia y educación.
Desarrollo endógeno y exógeno, es
decir, unas condiciones económicas mínimas que puedan erradicar el hambre y la
pobreza en el mundo. La ayuda pública internacional al desarrollo no solo no ha
aumentado sino que ha disminuido: mientras esto siga así no estaremos en
condiciones de afrontar el reto de la paz aunque sea a largo plazo.
Mientras imperen las diferencias
económicas cada vez más extremas entre los pueblos, mientras no logremos una
más justa distribución de las riquezas, mientras el hambre y la malnutrición
existan en el mundo, no podremos pensar en la paz, no estaremos en una cultura
de paz.
Democracia, además hemos de resolver
democráticamente los problemas causados por el ascenso de los nacionalismos
exacerbados, de los fundamentalismos y de los conflictos étnicos, que están
dominando a un mundo cada vez más fragmentado, en el que las desigualdades se
agrandan vertiginosamente. Pero democracia exige, a su vez, desarrollo y
educación, de ahí la interactividad de los tres vértices del triángulo.
En cuanto a la educación, ya sabe que
para mí es una preocupación primordial. Es, en primer lugar, formación,
información e igualdad de oportunidades, de acuerdo; pero más que eso es lo que
entendió magistralmente Giner de los Ríos, »el proceso a través del cual
logramos dirigir con sentido nuestra propia vida«. Yo lo llamo »soberanía
personal«.
Creo que educación significa que uno
es uno mismo, la »mismidad« de la que hablaba Zubiri. Esto es, no ser una
marioneta de nadie, ser capaz de actuar por nosotros mismos, o lo que viene
significando desde la Ilustración, »ser mayores de edad«, responsables,
autónomos y solidarios al mismo tiempo.
Sólo desde la educación así entendida
puede emprenderse una tarea tan descomunal como el cambio que estamos
exigiendo, como el reto que nos espera, un giro profundo en el rumbo del mundo,
ese »giro compernicano«, como usted muy bien ha dicho.
Ángeles
Mateos: Por eso una »cultura de paz«
debe apoyarse en la educación, por eso en los nuevos planes de estudio se
otorga una especial importancia a »la educación para la paz y la no violencia«.
Quizás hayamos empezado a entender esta vinculación estrecha entre educación, hábitos,
actitudes, por un lado, y paz, concordia, respeto, solidaridad, por otro. Me
consta que también usted los describe como tareas co-implicadas, pero ¿podría
precisar para nuestros lectores en qué consiste esta implicación? ¿Cuál es la
relación que usted encuentra entre ambos términos?
Federico
Mayor: Hace poco Edgar Morín decía,
»la soberanía personal es la solución y se llega a ella a través de la
educación«. En este concepto de educación incluyo también los sentimientos.
Frente al »pienso, luego existo« de la cultura racionalista, han sido los
países pobres y más desfavorecidos los que han dicho, »siento, luego existo«,
es decir, quiero referirme no sólo a la forma de expresar nuestros pensamientos
sino también nuestros sentimientos.
La educación está en el corazón de la
construcción de la paz, pues es ante todo a través de ella como debería
asegurarse la transmisión a cada persona, desde su más tierna infancia, pero
también durante toda la vida, de los valores de no violencia, tolerancia,
democracia, solidaridad y justicia, que son la »levadura de la paz«. La
educación debe promover, en definitiva, un espíritu de apertura: hacia los
otros, hacia los problemas, hacia la búsqueda de las soluciones. Comprenderá que le dé tanta importancia a la
educación y a la necesidad de contar con ella para cimentar una cultura de paz.
Publicación original en: www.polylog.org
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