Extractivismos
como el minero o el petrolero descansan sobre narrativas que los presentan como
beneficiosos y necesarios. Esas mismas narrativas, blindan a esas estrategias
contra toda la evidencia que se ha acumulado sobre sus impactos. Por ello es
necesario estudiar esa dinámica. Les comparto un artículo que aporta a esa
reflexión.
El
texto analiza sobre todo a una reciente defensa de la explotación petrolera en
Colombia, insistiéndose que debía explotarse hasta la “última gota”, y que no
provino ni del gobierno ni de las empresas, sino desde la academia. Ese caso y
otros ejemplos complementarios de otras naciones sudamericanas, muestra que se
construyen narrativas que mezclan aseveraciones fácticas con premisas morales,
interpretaciones con opiniones, y se invisibilizan o excluyen informaciones.
Entre los elementos registrados está aseverar que los extractivismos no
tendrían impactos y que se ocurrieran podrían ser remediados, que sus efectos
territoriales son acotados, que son indispensables para la economía nacional o
que las corporaciones se pueden autoregular. Se insiste en una ciencia de
expertos que a su vez excluye otros saberes. Se enfatizan unas ideas como se
excluyen otras, y a su vez se articulan con otras narraciones políticas que les
son funcionales, especialmente en el campo económico.
El siguiente
esquema resume los procesos por los cuales se defienden los extractivismos (en
este caso, la explotación petrolera) y se anulan las alternativas:
El
texto apela al concepto de “sentido común” elaborado por Stuart Hall a partir
de Antonio Gramsci.Es útil porque permite lidiar tanto con gobiernos
conservadores (como en Colombia) como con los progresismos remanentes.
Las
alternativas se ubican en deconstruir esas narrativas y a la vez promover
contra-narrativas que desnuden los impactos de los extractivismos y permitan
generan alternativas post-extractivistas.
Para leer el
artículo completo https://bit.ly/2G8PVf5
Fuente: Acción y Reacción
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