En ocasiones nos planteamos la conversión ecológica centrándola en postulados meramente personales, pero es necesario llevarla más
allá de lo personal. Solemos poner frente a frente lo personal y lo
estructural, generando un abismo insalvable entre ambas realidades. De hecho
uno de los argumentos para no intentar el cambio tiene que ver con esta
cuestión “por mucho que haga yo, el mundo va a seguir igual….”.
Pero ¿y si entre
lo personal y lo estructural, si entre lo pequeño y lo grande, si entre lo
concreto y lo global, hubiera un peldaño, un puente que acercara ambas
realidades? ¿Y si fuera posible acortar las distancias y poco a poco ir
tejiendo otra realidad?
Quizás la
fraternidad, la comunidad, pueda ser una respuesta posible a esto que
enunciamos. Entre lo que atañe a las personas, a cada persona, y lo que atañe a
la realidad más amplia, está la comunidad como nexo. Y esto puede ser también
muy válido para la cuestión ecológica, que tanto nos ocupa y preocupa en este
espacio.
Lo grupal, lo
comunitario, lo colectivo… es más, mucho más, que grupos de auto-ayuda, frente
a la aridez de lo individual. Es mucho más que la suma de esfuerzos personales
en pro de una realidad mejor. Es más que un espacio facilitador de opciones
personales.
El todo es
superior a la parte, nos recuerda el Papa Francisco en Evangelii Gaudium
234-237. Lo comunitario acerca el todo a la parte y lleva la parte hasta el
todo. Por eso tiene tanta importancia promover comunidades convertidas, también
en lo ecológico.
Esta casa común
que es nuestra Tierra debe ser cuidada desde lo personal, pero no sólo. Laudato
Si es una buena muestra de ello, pues el diálogo entre instancias aparece como
herramienta necesaria, la construcción de relaciones coherentes y honestas son
pieza indispensable.
Es importante que
cada persona pueda dar pasos en eso que denominamos “conversión ecológica”,
pero no es suficiente. Las comunidades convertidas, ecológicamente hablando,
son otra pieza que no puede faltar en este complejo puzle de una realidad mejor
para todas.
Las comunidades,
evidentemente, precisan de personas sensibles y con ganas de trabajar y de
trabajarse. Suponen cierto camino personal, pero no precisan personas 100%
convencidas, el propio camino comunitario será facilitador de convencimiento.
Las comunidades
son espacios de acción, sí, pero también de transformación. Jon Sobrino, en su
libro “El Principio Misericordia”, nos recuerda que ésta, la misericordia, no
solo es alivio de situaciones personales, sino también transformación de las
estructuras que generan ese dolor. Esto es
válido también para esta cuestión. No se trata sólo de mejorar en nuestras
acciones personales, sino de generar espacios de trabajo comunes,
colectivos, que buscan una transformación de la realidad.
Es un reto muy
importante poner en valor lo común, lo comunitario, en una realidad tan fragmentada
e individualista. Pero no es un reto imposible. Como personas estamos
conformadas para lo relacional, para lo común.
Ya hemos
recordado en diferentes artículos de este espacio que Francisco insiste mucho
en el “todo está conectado”, “todo está relacionado”. Las comunidades son
expertas en conexiones y relaciones. El lenguaje de lo comunitario comprende
muy bien esta necesidad de conexión y de relación.
Desde lo
comunitario se puede proponer otro modelo de relaciones, más integrales y más
integradas en la realidad. La fraternidad y
las comunidades nos impiden aislarnos de la realidad, evitan que nos metamos en
nuestra cueva ignorando el devenir del resto de la humanidad, del resto del
planeta.
La ecología
integral no debería ser una cuestión periférica, de segundo orden u opcional en
nuestras comunidades, antes bien, debería estar a la vanguardia de nuestros
procesos. Buscar el bien común de todas las personas, de nuestra casa comú,n no
es algo con lo que podamos negociar en estos tiempos. Cuando las
comunidades rezan el Padre Nuestro, no solo anhelan una realidad mejor, sino
que se comprometen con ella, pues reconocen a todas y cada una de las personas
como hermanas, y no sólo en el decir, sino que también y sobre todo en el
hacer.
Las comunidades
son una plataforma de fraternidad universal, como San Francisco, desde su
cotidianidad. Ese “caminemos cantando” (LS 244) es un camino común y fraterno.
Es importante entonces incorporar con urgencia en nuestras comunidades la
cuestión ecológica. Es importante entonces cooperar, colaborar, construir redes
fraternas y sostenibles que, cuidando la casa común, propicien una realidad
mejor para todas y cada una de las personas que la habitan.
La conversión
ecológica debe transcender los fueros personales para impregnar los
comunitarios, para hacer y ser personal y colectivamente. Y este camino será
herramienta de transformación…
Sigamos pues
caminando y cantando…
Escribe José Luis Graus
Publicación original en www.entreparentesis.org
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