Con la World Union of Catholic Women's Organizations y otras 20 organizaciones, nos unimos a esta
declaración ecuménica por el Día del Refugiado.
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La Biblia cristiana nos
relata la historia de dos hombres, Pedro y Cornelio, con creencias religiosas y
culturas completamente diferentes, que al encontrarse descubrieron que Dios les
tenía preparado un destino común que ninguno de los dos había comprendido
antes. Aprendieron que el Espíritu Santo derriba muros y une a aquellos que
piensan que no tienen nada en común.
Mujeres, hombres y niños de todo el mundo se ven
obligados a abandonar sus hogares por la violencia, la persecución, los
desastres naturales y los provocados por el hombre, el hambre y muchos otros
factores. Su deseo por escapar al sufrimiento es más fuerte que las barreras
que se alzan bloqueando su camino. La oposición de algunos países a
la migración de los desplazados forzosos no podrá impedir que aquellos que
padecen un sufrimiento insoportable abandonen sus hogares.
Los países ricos no pueden eludir su
responsabilidad por las heridas que han infligido al planeta – desastres
medioambientales, comercio de armas, desigualdad en el desarrollo – y que son
las que provocan la migración forzosa y el tráfico de personas. Aunque la
llegada de los migrantes a los países desarrollados puede suponer ciertamente
un reto real e importante, también puede ofrecer una oportunidad para el cambio
y la apertura. El Papa Francisco nos plantea esta pregunta: "¿Qué
podemos hacer para ver estos cambios no como obstáculos para el verdadero
desarrollo, sino como oportunidades para un genuino crecimiento humano, social
y espiritual?". Las sociedades que encuentran el coraje y la
visión de futuro necesarios para superar el miedo a los extranjeros y los
migrantes descubren muy rápido la riqueza que traen y que siempre han traído
consigo.
Si, como familia humana que somos, insistimos en ver a los refugiados solamente como una carga, nos estamos privando de oportunidades de solidaridad, que son siempre oportunidades de aprendizaje, de enriquecimiento y crecimiento mutuo.
No basta con que los cristianos profesen amor a Cristo: la fe es auténtica únicamente si se expresa en acciones de amor. Todos somos parte del Cuerpo de Cristo, un cuerpo indivisible. En palabras de Dietrich Bonhoeffer, "solo a través de Jesucristo somos hermanos y hermanas los unos de los otros... A través de Cristo nuestra pertenencia recíproca se hace real, integral y eterna". Si somos un solo cuerpo, estamos entrelazados en una solidaridad que nos define y que nos exige hacer algo.
Si, como familia humana que somos, insistimos en ver a los refugiados solamente como una carga, nos estamos privando de oportunidades de solidaridad, que son siempre oportunidades de aprendizaje, de enriquecimiento y crecimiento mutuo.
No basta con que los cristianos profesen amor a Cristo: la fe es auténtica únicamente si se expresa en acciones de amor. Todos somos parte del Cuerpo de Cristo, un cuerpo indivisible. En palabras de Dietrich Bonhoeffer, "solo a través de Jesucristo somos hermanos y hermanas los unos de los otros... A través de Cristo nuestra pertenencia recíproca se hace real, integral y eterna". Si somos un solo cuerpo, estamos entrelazados en una solidaridad que nos define y que nos exige hacer algo.
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