Cuando, al conversar con conocidos, propongo la
noviolencia activa en la resolución de conflictos que incluyen un sadismo y una
brutalidad irracionales, la respuesta es muy a menudo la misma: «Eres demasiado
ingenuo», y me lo dicen porque aseguran que «unos extremistas cegados que degüellan,
asesinan mil veces y no cambian, no tienen entrañas para desarmarse
contemplando sólo la fe del satyagrahi». Según estos conocidos míos, los
extremistas en cuestión ya no serán en ningún caso capaces de detectar nunca jamás
qué es humanidad. Son casos perdidos. También debían de serlo los verdugos de
Jesús, que actuó como el mejor satyagrahi hasta la cruz. Pero, la «noviolencia
activa» ¿es únicamente este combate interior para mantener una «pasividad pacífica» en la actitud exterior ante la
agresión? ¿No será el espejo del satyagrahi demasiado pasivo para resolver muchas injusticias? Procuraré responder a
estas preguntas desde la propuesta que Jesús hace en los Evangelios, en
concreto en los ejemplos de Mateo 5,38-42.
Antes de afrontar este interrogante, sin embargo, me
gustaría volver a las tres maneras de afrontar un conflicto: la primera, fight,
detener el conflicto por la fuerza devolviendo parte de la violencia hasta
ponerle punto final.
La segunda, flight, huir, que es muy distinta del combate
interior del Siervo para forjar un espejo de inocencia ante el verdugo. Flight significa sencillamente escapar
evitando más conflicto, cediendo, aceptando la opresión, la actitud más pasiva imaginable. La tercera, la noviolencia
activa (NOVA), practicada por Jesús y tantos otros, que quiero ofreceros en estas líneas: un método activo de
resistencia y estrategias noviolentas para desarmar los infiernos.
De entrada, cualquiera puede entender que la segunda
opción, flight, o ceder a la injusticia, es una actitud posible, pero que jamás resolverá el conflicto. Antes de pasar a
detallar mejor la tercera opción de noviolencia activa, pues, es preciso
explicar por qué la primera opción, fight o lucha violenta, no puede ser nunca
solución de un conflicto, como asegura el mismo Jesús: «Devuelve la espada a la
vaina, que quien empuñe la espada, por la espada morirá» (Mt 26,52). De hecho,
encuentro tan poca gente que no justifique luchar violentamente contra
extremistas y las enormes crueldades, que me veo obligado a desarrollar más
este punto para poner en evidencia lo que falla en la primera propuesta: por
qué la violencia, ni que sea un medio temporal para detener al enemigo, nunca
puede engendrar una paz verdadera.
El mito de la violencia redentora. Os invito por un momento a recordar las historias de dibujos animados que conocisteis en vuestra infancia, a pasar por la memoria
las películas que os rodean a menudo, a tener presentes los cómics o las novelas que han llenado nuestro tiempo de
ocio. Estoy seguro de que en gran parte aparece el mismo esquema: un tirano pérfido y cruel amenaza la existencia
y la paz de un colectivo con el que debemos identificarnos, pero de repente aparece un héroe capaz de luchar contra
el opresor, un héroe que al final castiga el enemigo y lo borra del mapa, y así restaura la paz en el mundo.
Final feliz. La conclusión de esta lógica es clara: la violencia contra el malvado nos «redime» o «salva» de su maldad.
Esta conclusión, desde nuestra tierna infancia, es constantemente inculcada en
nuestra sociedad a través de medios, artes, literatura y todo tipo de recursos…
hasta que la damos por supuesta.
Si tuviéramos que ponerle un nombre podríamos llamarla el
«mito de la violencia redentora». Sus raíces más antiguas se encontrarían en el mito babilonio de la
creación Enûma Eliš del año 1250 aC, aproximadamente. En el Enûma Eliš, la situación que lleva al mismo patrón de
tantas historias es esta: Apsû, el dios padre, y Tiamat, la diosa madre, engendran muchos dioses, que viven en el
cuerpo de Tiamat. Los pequeños dioses arman tanto revuelo que Apsû decide matarlos para poder dormir, aunque Tiamat
se niega. Pero el complot se descubre antes de pasar a la acción, uno de los dioses jóvenes mata Apsû y
Tiamat jura vengarse de él. A partir de este momento, los dioses viven bajo el terror de la diosa Tiamat, y
aquí podemos reconocer el patrón hiperconocido de la amenaza
que lleva a la necesidad de un héroe. Para evitar ser
destruidos y para asegurarse la paz escogen al dios Marduk, quien, asesinando y desmembrando a su madre Tiamat, causa
el estallido del Cosmos y genera el Universo que conocemos.
Este mito justifica un principio: la violencia es algo
necesario para sobrevivir en este mundo ya desde su creación. La creación no es un acto de amor, sino el fruto
de un asesinato. Aunque haya amor y bien, el mal ha precedido a cualquier bien existente. Es la conclusión
contraria a la bíblica, que sitúa a los primeros humanos en un paraíso idílico
donde todo era bueno hasta que el mal, en un segundo momento, entra en escena.
El mito del Enûma Eliš y todas las historias que lo
actualizan hoy en día suponen que en medio del caos no puede haber orden sin aplicar violencia, ya que nuestro origen
es la violencia. Es también el principio de la violencia doméstica. O de los videojuegos más extendidos. O de
políticas gubernamentales. Hasta de una enorme mayoría de películas de Hollywood que consumimos muy a menudo,
basadas en la acción policial armada –o la de un ejército– para destruir amenazas cada vez mayores contra ciudades
de los Estados Unidos. Ellos son los «agentes del orden», unos héroes en
quienes delegamos nuestra violencia para asegurar que estamos protegidos de los
criminales, porque necesitamos sentir que es posible vencer tanta injusticia,
que existe alguien, el héroe, con suficiente poder para derrotar el mal de
raíz, y destruir, claro está, a quien lo practicaba. La paz a través de la
guerra, la seguridad, a través de la fuerza; sociedades bajo la amenaza armada,
sociedades basadas en el miedo, en que de vez en cuando los atentados
terroristas nos confirman tristemente que una paz y una seguridad tales, por
medio de la represión violenta, no han resuelto todavía el conflicto con el
enemigo. El mito de la violencia redentora es la religión que domina hoy en día,
ante la cual resulta blasfemo plantear interrogantes.
Sin embargo, este mito parte de una visión simplista de
la realidad: buenos y malos absolutos. Resulta muy interesante para los poderes del mundo fomentar fascinación, placer y
entretenimiento constantes a través de este mito, porque incapacita las
sociedades de crítica y madurez. Dominando a las personas a través de esta
visión dualista de la realidad aseguran que sus decisiones (guerras,
corrupción, espolios interesados, control de los poderes…) quedarán
justificados para la población que les vota, porque para mantener la seguridad
en el país, tal o cual decisión son fundamentales. El mito actúa debilitando toda vía de
capacitar a la sociedad y avanzar interiormente. Brutaliza y animaliza: acción-reacción. La misericordia para quien
ha causado mal no existe, la pena de muerte ha quedado legitimada. Porque el mito supone que la persona no puede
cambiar, que el ladrón o asesino no son personas que han cometido un crimen pero que pueden rehacer su vida, sino
que son enemigos de la raza humana que hay que destruir o aislar para siempre, para mantenernos «puros, en paz».
Sobreentiende que somos personajes planos, siempre iguales, no humanos.
¿Por qué las víctimas de los sistemas actuales de esta
violencia redentora aceptan sumisos esta mentalidad? Saber que el mito de la
violencia redentora parte de una falacia –el mundo no es ordenado ni ausente de
mal gracias a la destrucción de enemigos, sino gracias a su integración– es el
primer paso para desarmar los infiernos que toda autoridad poderosa establece por
la fuerza. Da una libertad interior extraordinaria: somos libres para
contemplar críticamente las decisiones, libres para desobedecer, porque el
sistema opresivo sólo se puede mantener cuando la mayoría lo apoya.
El programa finlandés KiVa contra el bullying en las
escuelas ha registrado un gran éxito: el 98% de las víctimas siente que su situación ha mejorado. Su secreto es que no
sólo trabaja con las víctimas, ni lo hace sólo con los acosadores, sino que invierte especial tiempo y formación
en el resto de la clase para debilitar más y más los lazos que dan poder al agresor. Desobediencia generalizada al
sistema opresor.
El primer principio de noviolencia activa es la no
cooperación con el mal. Esto tiene consecuencias: el satyagrahi sabe que
sufrirá mucho más que si acepta sumiso el mito de la violencia redentora.
Nadará a contracorriente, a menudo perseguido e incomprendido. Pero, en algunos
casos, la noviolencia del espejo del Siervo puede no ser suficiente: hace falta la audacia de la desobediencia, de
quien practica la noviolencia activa (NOVA) y se juega el pellejo hasta las
últimas consecuencias. El 4C nos ha expuesto cómo la redención, la salvación,
el orden, serán restablecidos por YHWH precisamente a través de una dinámica
opuesta a la del mito de la violencia redentora; a través de un Siervo que
absorbe, en lugar de rebotar, la violencia. Si realmente deseamos que YHWH
reine, que venga el Reino de Dios, es inexcusable practicar el Siervo, desobedecer
al mito. Es lo que aseguran tantos relatos bíblicos: la figura que una y otra vez YHWH utiliza para corregir es el rīb o contienda.
A
diferencia de la justicia de un tribunal, en que un juez condenará inevitablemente o bien al acusado o bien al acusador,
en el rīb no hay juez: la víctima (bíblicamente a menudo el mismo YHWH) provoca constantemente al acusado
(bíblicamente el pueblo, incluso bajo amenazas de desgracias y destrucción) con
el único objetivo de que cambie su actitud, para recuperarlo. Esta es la enorme diferencia: el mito no distingue entre «mal» y «malvado», lo aplasta
todo, y puesto que lo hace por la fuerza, la dinámica de la violencia se
multiplica todavía más: amigos, familiares de la víctima que la quieren vengar…
son los diabólicos círculos viciosos de muchas guerras que sufrimos aun hoy en el
planeta.
Porque falta valentía para desobedecer al mito y entrar en una tercera
vía de resolución de conflictos, la vía de Jesús de Nazaret.
Por Joan Morera SJ
Publicado en Cristianisme i Justícia
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