La condición de la miseria es la
expresión más cercana de la fragilidad humana y la necesidad de Dios que tiene
el hombre; sólo cuando el ser humano vive la experiencia de la miseria llega a
encontrar a Dios cercano a su vida, a percibirlo como Dios-con-nosotros
(Emmanuel) que quiere sanar y transformar. Es en este punto donde la persona se
descubre como barro quebradizo en el que sólo la fuerza de Dios le podrá dar
valor (cfr. 2 Cor 4,7).
La miseria asume la propia existencia personal y unifica
el ser porque hace al hombre caminar con el corazón en la mano. Sólo la
miseria podrá llevar al ser humano a la misericordia, nadie podrá experimentar
la misericordia si no ha pasado por la miseria.
El migrante no sólo camina con el corazón en la mano sino
con todo lo que es y todo lo que tiene. No hay más en su vida; en una
mochila carga su alimento, su ropa, sus sueños y su fe.
Los migrantes son los hombres y mujeres de la esperanza,
maestros de la fe y personas de la caridad generosa: tienen tanta
esperanza que se atreven a salir de su patria, se arriesgan a comenzar una
travesía que, lejos de la comodidad, les ofrece cansancio, enfermedad,
sufrimiento, violencia, sed, hambre e, incluso, muerte; son maestros de fe
porque, aunque han vivido abandonados por todos y han pasado un verdadero
viacrucis en su lucha por conseguir el sueño americano, creen en Dios y, no
sólo creen, sino que se abandonan en Él como niños en los brazos de su padre;
tienen una caridad generosa porque descubren que nada es suyo y que todo es un
don, por eso viven agradecidos, y no se miden en compartir lo suyo, pues han
descubierto que todo ha sido obra de la Providencia y que es Dios mismo quien
se encarga de ellos.
El sueño americano
Un pueblo sumergido en la tragedia es el escenario más
fértil para la gestación del sueño americano. El migrante espera en Dios, sabe
muy bien en quién ha puesto su confianza y que no será defraudado (cfr. 2 Tim
1,12); tiene muy claro lo que quiere hacer: luchar por el sueño americano, lo
cual significa buscar alcanzar una vida digna y de calidad en la que pueda
progresar de su situación socioeconómica y apoyar a su familia.
En Latinoamérica el motivo de la migración es, sin más,
la pobreza. Gobiernos maquiavélicos, sistemas opresores,
corrupción, violencia, inseguridad, pobreza extrema, un pueblo que cada vez
sufre más y come menos, que no tiene acceso a la educación ni a la salud; en
países donde se pasa del bien-estar de unos pocos, al mal-estar de muchos, sí, los
pobres son el pueblo nómada porque no tiene hogar, siempre está buscando su
lugar, es un pueblo que camina y que, inevitablemente, carga con su miseria.
Situaciones indignas en México
El fenómeno de la migración se convierte verdaderamente
en el éxodo de un pueblo que busca la tierra prometida, en la cual, el
paso del migrante por México es el desierto que tiene que cruzar para alcanzar
el sueño.
El infierno no comienza en la frontera mexicana sino
desde la realidad misma del país donde provienen los migrantes, pero, para el
migrante centroamericano, México es la experiencia más difícil de su
trayectoria.
México es un camino tormentoso puesto que es un
territorio muy extenso (en el que hay multiplicidad de climas, desde los más
benévolos hasta los más agrestes) y violento (narcotráfico, trata de personas,
secuestro-privación ilegal de la libertad, robo, entre muchos otros).
Toda persona que desee llegar a EU tendrá que recorrer
por lo menos 2500 kms de frontera sur a frontera norte, cruzar el rio
Suchiate, que es la frontera de Guatemala con México. También caminará entre
10 y 15 días, que equivale a más de 250 kms, para llegar a la estación de
trenes donde tendrá su primer encuentro con el temido y odiado tren de la
muerte o también llamado la bestia, el cual se convertirá en el medio en que se
trasportará al norte del país. El migrante tendrá que subir o, mejor dicho,
treparse aproximadamente a 15 trenes, bajar de uno y esperar otro, trasladarse
de ciudad en ciudad, sin techo, sin un lugar donde llegar, sin dinero y con
mucha esperanza de alcanzar su ideal. Después del tren sigue la frontera en sus
distintas ciudades del norte, las cuales, son un punto de concentración de
migrantes que buscan dar su último esfuerzo para cruzar.
La frontera espera a los migrantes como final de su
trayecto por México, ellos llegan muy heridos y cansados, además comienzan a
experimentar una fuerte frustración debido a que ya se encuentran en la franja
divisoria en la cual se alcanza a ver la tierra prometida de cerca, pero
saben que aunque es tan inmediata la distancia, también es sumamente peligrosa;
el siguiente paso es caminar por el desierto, por los caminos deshabitados, por
los laberintos de la naturaleza que llevan al otro lado, pero que sólo unos
cuantos saben el camino, los cuales son llamados "polleros" o
"coyotes", que cobran para cruzarlos una cantidad exagerada que el migrante
no tiene y que, por lo tanto, tendrá que pedir a sus familiares que le manden o
trabajar ahí durante mucho tiempo para poder pagar. El calor del sol por el día
golpea tan duro que quita toda fuerza para caminar, por la noche es tan frio
que es fácil enfermarse, la sed le hace alucinar y el hambre desfallecer. Todo
por el sueño americano.
El itinerario incluye sufrimiento, peligro, enfermedad,
asaltos, violaciones, extorciones, sueño, cansancio, miedo, preocupaciones,
amenazas, intimidación y autoridades que abusan, en fin la muerte pareciera
estar cercana. Todo migrante, sin excepción, ha pasado por todas o la
mayoría de estas calamidades. Por esta razón, migración centroamericana es
sinónimo de indignidad. Realmente el migrante parece que vive una situación de
infierno.
Estados Unidos se convierte en un sueño, sí, un sueño muy
difícil en el que se arriesga todo incluso hasta la vida. A pesar de esto,
tanto niños, adolescentes, jóvenes, adultos (incluyendo hombres y mujeres) y
hasta algunas personas mayores hacen el intento de alcanzar el sueño americano.
El camino como espiritualidad
Los migrantes son hombres y mujeres ligeros de equipaje,
tan ligeros que no cargan nada, dependen totalmente de los demás y de Dios;
han tomado el Evangelio muy en serio cuando Jesús les dice que no se preocupen
de lo que han de vestir, lo que han de comer o beber (cfr. Mt 6,25) realmente
dejan a Dios ser Dios, es decir, dejan que Dios se encargue de ellos.
Tanto los migrantes como las personas que llegan a
ayudarlos, de cualquier forma que lo hagan, entran en una dinámica de amor
sorprendente en la que todos son testigos de que la miseria y la
misericordia conviven, de que Dios no es ajeno al dolor de sus hijos, de que la
caridad es la mejor respuesta y el lenguaje universal; aquí no hay legales ni
ilegales, aquí todos son hijos de Dios y, por lo tanto, hermanos entre sí.
El camino se convierte en una oportunidad de contacto con
Dios en la que se descubre a Jesús como camino (Jn 14,6) y se tiene la
conciencia de que Dios está de su lado, es una espiritualidad que alimenta su
fuerza al caminar y su paz en medio de la tormenta.
Donde parece que el infierno está más presente es donde
la Iglesia está más cercana. La Iglesia católica es, directa e
indirectamente, la mayor promotora del migrante en México (aunque no es la
única). La presencia de las personas que ayudan es un testimonio de la
presencia de Dios en la vida del migrante, son ejemplo para un mundo que
necesita ver y tener figuras palpables de seres humanos que quieran atreverse a
salir de sí mismos, pasar del frío de la indiferencia al calor del amor.
Así como lo hizo Jesús.
Mientras los migrantes viven las bienaventuranzas que
Jesús predicó (cfr. Mt 5, 1-12), las personas que los ayudan viven las obras de
la misericordia (cfr. Mt 25, 34-46). Tanto migrantes como la gente que sale a
su encuentro, gracias al fenómeno de la migración, se están ganando el cielo
día a día. Sí, ellos son los más dignos del Reino de los cielos. Son los preferidos
de Dios.
El camino se convierte en una fuente de espiritualidad,
la migración es germen de santidad.
Escrito por Oscar Loya Terrazas
Publicación original de Religión Digital
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