“Sin Tierra no hay vida, sin tierra no somos nadie”.
“No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental. Las líneas para la solución requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza” (Laudato Si, 139).
La Tierra es nuestra casa, donde nacemos y crecemos, la que nos da todo lo que necesitamos y nos enseña cómo vivir, cómo relacionarnos con otros seres vivos. La Tierra es nuestra mejor escuela. Sin embargo, nuestra “casa común” está en peligro debido al exceso de presión y explotación al que estamos sometiendo a la naturaleza que afecta, a su vez, a nuestra propia existencia. El agotamiento y la contaminación de recursos naturales esenciales como el agua dulce, la desertificación de amplias zonas geográficas, la desaparición de especies o el calentamiento global han contribuido a crear una
crisis ecosocial que afecta de forma negativa, aunque desigual, a la vida de las personas.
En efecto, las graves heridas generadas en la Tierra por la acción humana, especialmente las provocadas en las últimas décadas por sociedades industrializadas, han puesto en peligro los ecosistemas naturales y amenazan la propia supervivencia de la humanidad. Las poblaciones y los grupos más vulnerables son quienes ya están sufriendo de forma más severa los efectos
del deterioro del medioambiente, sin tener los medios adecuados para afrontarlos.
La crisis medioambiental supone un reto a varios niveles: a nivel socioeconómico, porque afecta de
manera más radical a las personas y comunidades más empobrecidas y pone en tela de juicio el modelo de desarrollo, el modelo económico y el de bienestar de las sociedades occidentales (o de “los países del Norte”) basados en un crecimiento ilimitado de sus economías y un consumo creciente de recursos en todo el planeta; a nivel físico y ecosistémico, ya que atañe al agotamiento de los recursos y afecta a los límites reales de nuestro planeta para proveernos de ellos; a nivel cultural, porque
cuestiona los estilos de vida, de relación y el paradigma ético que subyace en ellos y, finalmente, a nivel temporal, dado el carácter de urgencia de la intervención que se requiere para revertir esta crisis global.
La comunidad internacional ha reconocido la urgencia y la responsabilidad compartida en un acuerdo histórico para poner fin a la pobreza, luchar contra la desigualdad y la injusticia y hacer frente al cambio climático, suscribiendo durante 2015 la Agenda 2030 y el Acuerdo de París.
Estamos convencidos de que la educación es clave para la transformación hacia la justicia social y ambiental. La educación debe contribuir activamente a la construcción de una conciencia crítica,
que cuestione el modelo de desarrollo y que posibilite la transformación a modelos más sostenibles, equitativos y pacíficos. Además, la educación de calidad, inclusiva, equitativa, con enfoque de género y de sostenibilidad capacita a las personas y a las comunidades para una mejor gestión de los recursos de la Tierra y una relación más respetuosa con la naturaleza y los seres vivos, ayuda a construir nuevos modelos de producción y consumo, mejora la resiliencia ante los desastres naturales y el cambio climático y contribuye a articular una ciudadanía global que ponga en marcha los cambios necesarios para un futuro de justicia y sostenibilidad.
Escrito por Luis Sánchez. Líder indígena de Ecuador y participante en la Escuela de Derechos Humanos de la REPAM.
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