En el mundo entero y también entre
nosotros(as) se celebra con eventos y discusiones ecológicas la Semana del
Medio-Ambiente (5-16 de junio). Lógicamente, el «medio»-ambiente no nos
satisface, pues queremos el ambiente «entero».
El Papa en su encíclica «Sobre
el cuidado de la Casa Común» (2015) superó este reduccionismo y
propuso una ecología integral que abarca lo ambiental, lo social, lo político,
lo mental, lo cotidiano y lo espiritual. Como han dicho grandes exponentes del
discurso ecológico: con este documento, dirigido a la humanidad y no sólo a los
cristianos, el Papa Francisco se coloca a la cabeza de la discusión ecológica
mundial. En su detallada exposición sigue el guión metodológico de la Iglesia
de la Liberación y de su teología: ver, juzgar, actuar y celebrar.
Fundamenta
sus afirmaciones (el «ver») con los datos más seguros de las ciencias de la
Tierra y de la Vida; somete a un riguroso análisis crítico («juzgar») lo que él
llama «paradigma tecnocrático» (nº 101), productivista, mecanicista,
racionalista, consumista e individualista, cuyo «estilo de vida sólo puede
desembocar en catástrofes» (nº 161). El juzgar implica una lectura teológica en
la que el ser humano emerge como cuidador y guardador de la Casa Común (todo el
capítulo II). Coloca como hilo conductor la tesis básica de la cosmología, de
la física cuántica y de la ecología: el hecho de que “todo está relacionado, y
todos nosotros, seres humanos, caminamos juntos como hermanos y hermanas en una
peregrinación maravillosa… que nos une también con tierno afecto al hermano Sol,
a la hermana Luna, al hermano río y a la Madre Tierra” (nº 92).
Propone prácticas alternativas
(«actuar») pidiendo con urgencia una “radical conversión ecológica” (nº 5) en
nuestro modo de producir y de consumir, «alegrándonos con poco» (nº 222) «con sobriedad
consciente» (nº 223), «en la convicción de que cuanto menos, tanto más» (nº
222). Destaca la importancia de «una pasión por el cuidado del mundo», «una
verdadera mística que nos anima» (el «celebrar») para asumir nuestras
responsabilidades ante el futuro de la Vida.
Actualmente se libra una batalla
feroz entre dos visiones con respecto a la Tierra y a la naturaleza que afectan
nuestra comprensión y nuestras prácticas. Esas visiones están presentes en casi
todos los debates.
La
visión predominante, que constituye el núcleo del paradigma de la modernidad,
ve la naturaleza como algo que ha sido destinado para nosotros(as), cuyos
bienes y servicios (el sistema prefiere llamarlos «recursos», los andinos
«bondades de la naturaleza») están disponibles para nuestro uso y bienestar. El
ser humano está en la posición adánica de quien se considera «maestro y señor»
(Descartes) de la naturaleza, fuera y por encima de ella. Considera a la Tierra
una realidad sin propósito (res extensa), una especie de baúl, lleno de
bienes y servicios infinitos, que sostienen un proyecto de
desarrollo/crecimiento también infinito. De esta actitud de dominus (dueño)
surgió el mundo científico-técnico que tantos beneficios nos ha traído, pero
que al mismo tiempo ha creado una máquina de muerte que, con armas químicas,
biológicas y nucleares, nos puede destruir a todos y poner en peligro la
biosfera.
La
otra visión, contemporánea, que tiene más de un siglo de vigencia pero que
nunca logró hacerse hegemónica, entiende que somos parte de la naturaleza y que
la Tierra está viva y se comporta como un superorganismo vivo, auto-regulado,
combinando los factores físico-químicos y ecológicos de forma tan sutil y
articulada que siempre mantiene y reproduce la vida. El ser humano es parte de
la naturaleza y aquella porción de la Tierra que en un proceso de altísima
complejidad comenzó a sentir, a pensar, a amar y a venerar.
Nuestra misión es cuidar de este
gran Ethos (en griego significa casa) que es la Casa Común.
Somos el frater (hermano) de todos. Debemos producir para
atender las demandas humanas pero en consonancia con los ritmos de cada
ecosistema, cuidando siempre de que los bienes y servicios puedan ser usados
con una sobriedad compartida, con vistas a las futuras generaciones.
En una mesa redonda con
representantes de varios saberes, se discutían formas de protección de la
naturaleza. Había un cacique pataxó, del sur de Bahia, que habló
por último y dijo: «no entiendo el discurso de ustedes; todos quieren proteger
a la naturaleza; yo soy la naturaleza y me protejo». Aquí está la diferencia:
todos hablaban sobre la naturaleza como quien está fuera de ella, nadie
sintiéndose parte de ella. El indígena se sentía naturaleza. Protegerla es
protegerse a sí mismo que es naturaleza.
Este
debate todavía está en curso. El futuro apunta a la segunda visión, la de mirar
a la Tierra como Gaia, Pachamama, Gran Madre y Casa Común. Lentamente vamos
tomando conciencia de que somos naturaleza y que defenderla significa
defendernos a nosotros(as) mismos(as) y a nuestra propia vida. De lo contrario,
la primera visión, la de la Tierra y la naturaleza como un baúl de «recursos
infinitos», nos puede llevar a un camino sin retorno.
Escribe: Leonardo Boff
Fuente: Servicios Koinonía
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