Son tiempos dolorosos para nuestro país, como vida consagrada que camina en las entrañas de las poblaciones más pobres y marginalizadas, sabemos cuánto sufrimiento, cuánta exclusión y cuánto olvido existe a lo largo y ancho del territorio peruano. Sin embargo, en esas propias entrañas brota la vida, de manera creativa, con generosa esperanza, resistiendo a todos los vendavales.
La riqueza de la gran diversidad cultural, en lugar de ser una maravillosa oportunidad de encuentro y unidad, se ha convertido en violencia, en un mal sueño que tiñe, nuevamente, de sangre nuestra historia. Nuestro cuerpo social ha tocado la herida “latente” de la violencia sistémica institucionalizada por la corrupción, la postergación, y las grandes desigualdades políticas, sociales, culturales, raciales y económicas.
Nuestra amistad social se sostiene en la frescura evangélica del seguimiento de Jesús de Nazaret y su Reino, que irrumpe en la historia para que la “justicia y la paz” se abracen como signo de reconciliación y encuentro, como signo de unidad en la diversidad de todas nuestras sangres, de todos los rostros y de todos los colores que embellecen nuestro territorio.
Celebrar la presencia divina que sigue poniendo su tienda entre nosotros, “celebrar la habitación del pequeño y pobre y Emmanuel,” en solidaridad creciente con la suerte de los más pobres, en esta Navidad, nos invita a correr el riesgo de la inseguridad, como una nueva manera de vivir nuestro seguimiento.
Nos unimos al dolor de las familias más pobres que han perdido a sus seres queridos, hacemos un llamado a toda la ciudadanía y a las autoridades a ser artesanos y artesanas de la paz, a respetar los derechos fundamentales de los más pobres, se escuche sus justas aspiraciones, y que tendamos puentes de reconciliación y reparación, con memoria viva de Dios con nosotros.
Que Dios, “morada de encuentro y de paz,” nos acompañe y proteja de la vida, en esta Navidad, desde su pequeñez y fragilidad de niño.