La desigualdad extrema en el mundo está alcanzando cotas insoportables. Actualmente, el 1% más rico de la población mundial posee más riqueza que el 99% restante de las personas del planeta. El poder y los privilegios se están utilizando para manipular el sistema económico y así ampliar la brecha, dejando sin esperanza a cientos de millones de personas pobres.
El entramado mundial de paraísos fiscales permite que una minoría privilegiada oculte en ellos 7,6 billones de dólares. Para combatir con éxito la pobreza, es ineludible hacer frente a la crisis de desigualdad.
Los países en desarrollo pierden al menos 170.000 millones de dólares al año en concepto de ingresos fiscales porque las personas ricas y las multinacionales esconden grandes sumas de dinero en paraísos fiscales.
La desigualdad extrema no es inevitable, nuestras políticas públicas están logrando poco para frenarla; en gran medida, porque en la mayoría de países nos encontramos con sistemas fiscales poco redistributivos, casi insignificantes para la reducción de la desigualdad. Se recauda poco y mal, desde luego, no de quienes más tienen. La riqueza queda prácticamente desfiscalizada mientras el mayor esfuerzo recae sobre las rentas del trabajo y el consumo. Son las familias y los trabajadores y trabajadoras quienes sostienen el peso de la financiación del Estado.
Ser rico en América Latina, en cambio, resulta fiscalmente barato. En realidad, se produce una combinación negativa que supone en la práctica drenar recursos del Estado. No sólo el diseño de los sistemas tributarios es injusto y regresivo, también está plagado de agujeros que facilitan un elevado nivel de evasión y elusión fiscal y una batería de incentivos y exenciones fiscales. Así se pierde un 26% del total acumulado de impuestos como promedio en la región por los incentivos y exenciones fiscales.
Beneficios para unos pocos, en especial para el gran sector empresarial, sin evidencias de que contribuyan a generar ningún contravalor social en el país. Estos beneficios son un simple y gran agujero fiscal. La región también pierde prácticamente la mitad de su recaudación potencial por la evasión y elusión en el impuesto sobre la renta corporativa e individual. Algo más de 4 puntos del PIB global del conjunto de países, que supondrían una inyección de recursos vital para financiar políticas de inversión pública que garanticen la igualdad de oportunidades.
Mientras esta vergonzosa brecha de desigualdad se agrava de manera casi generalizada, la inversión hacia paraísos fiscales ha crecido al doble de velocidad que la economía mundial. Pero poco o nada tiene que ver con la economía real y productiva. La inversión o “fuga” hacia los paraísos fiscales es una inversión que no genera valor ni contribuye a crear empleo, pero que tiene un perverso aliciente: servir para que unos pocos (grandes fortunas y grandes empresas) puedan reducir su contribución fiscal. Es un puro artificio. La mitad del comercio mundial pasa por un paraíso fiscal. Las Islas Caimán, un pequeño conjunto de islas de apenas 69,000 habitantes, recibe tres veces más inversión que China y siete veces más que Brasil.
El Salvador no es ajeno a esta realidad. Los cálculos de Oxfam estiman que en los últimos cinco años se ha multiplicado por cuatro la inversión corporativa que desde el país se ha dirigido hacia paraísos fiscales. Una mayor apertura económica con el crecimiento de la inversión extranjera ha traído también un mayor riesgo de evasión y elusión fiscal en las prácticas corporativas. Es el momento de cerrar este gran agujero negro para las finanzas mundiales.
Para luchar contra la pobreza, la exclusión social y la desigualdad extrema, necesitamos gobiernos que rediseñen los sistemas fiscales para recuperar capacidad recaudadora y una mayor progresividad, pagando más quien más tiene. Como punto de partida, esto supone un plan de acción férreo contra la evasión y elusión fiscal y los incentivos fiscales improductivos que no generan valor ni contribución social al país. La desigualdad extrema no es inevitable, pero requiere una gran voluntad política y un esfuerzo de coordinación internacional y regional. Es la hora de los gobiernos.
Por: Susana Ruiz (Publicado en Oxam Internacional)
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