Un camino en medio de un descampado. Un árbol. Empieza la tarde y sin el sol en el firmamento (ni en la frente), la esperanza de muchos migrantes recae en que el tren por fin aparezca, que bufe en alguna parte. Vienen de Honduras, de El Salvador, de Guatemala y Nicaragua buscando este punto en Tenosique, Tabasco, México, donde aparece por primera vez uno de los tramos que recorre La Bestia, el ferrocarril, a 50 kilómetros de la frontera norte con Guatemala.
Hasta hace unos
años el tren se detenía aquí por completo, y aquí cambiaba o se hacía de carga,
había una estación en funcionamiento y los migrantes aprovechaban la
tranquilidad de La Bestia para trepar por sus costados y empezar su recorrido
hacia el México profundo sobre los vagones de metal en busca de Estados Unidos.
Pero hoy todo ha cambiado y el tren que pasa por Tenosique ya no toma cargas ni
suspende la marcha. Ahora avanza y ruge mientras los migrantes que llegan a
este lugar intentan aferrarse con todas sus fuerzas a sus costados. El tren
tampoco tiene horarios. Nadie sabe la hora en que pasará. Por lo regular lo
hace en plena oscuridad. Y la estación en la que antes se coordinaban las
cargas y descargas hoy es un viejo y derruido edificio que ha sido ocupado por
gente mayor: al menos cuatro jubilados de la liquidada Ferrocarriles Nacionales
de México, y que viven allí hacinados junto con animales de granja.
Ayala es un migrante
peculiar. Huye de Honduras porque, como dice, allá era policía militar y eso,
si te reconocen, si te ubican como parte de la seguridad pública, es una
sentencia de muerte. Un día lo vieron sin la capucha del trabajo pero con el
uniforme y la placa, y desde entonces en su colonia la pandilla local lo
amenazó de muerte. Muerte para él, muerte para su hijo de dos años, muerte para
su esposa, muerte para su mamá. Tiene un mes con 15 días de estar en Tenosique,
y en tan corto tiempo ya ha conseguido trabajo: vende helados en este
descampado, bajo un árbol, frente al único albergue de migrantes de Tenosique.
Desde su puesto de trabajo, comparte el mismo interés de los otros migrantes
por la llegada del tren, salvo que a él, la llegada del tren, es algo que ya no
le entusiasma. Vendrá, no vendrá, da igual.
Ayala también es un migrante
particular porque su destino ya no es Estados Unidos. “Me vale madre llegar al
Norte”, dice. Ha llegado a Tenosique, México, y espera, confía, quedarse un
poco más. Tiene un mes de haber solicitado refugio en México. “Ya llevo cinco
firmas de 12 que necesito”, sonríe. Pero su historia también retrata un cambio
significativo en la lógica de la movilidad humana que sucede paralela a las
rutas del ferrocarril. Para muchos migrantes Estados Unidos ya no es un destino
relevante, en cambio, lo importante ahora es huir, buscar otro lugar, no
importa dónde, siempre y cuando sea lejos de su país de origen. Desde hace dos
años Honduras es el principal país de Centroamérica en hacer solicitudes de
refugio en México.
“Me quiero quedar acá. No
importa. Lo importante es que ya no estoy en Honduras. En Honduras ya estaría
muerto”, explica Ayala, y ofrece a una migrante un congelado –“fresa, coco,
mango”– por 5 pesos.
Entre 2014 y 2015 el número de
extranjeros que solicitaron refugio en México, de manera formal ante la
Secretaría de Gobernación (SEGOB), pasó de 2,137 casos a 3,423, lo que
representó un incremento de un 60.1 %. De acuerdo con estadísticas de la
Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR), el año pasado se concluyeron
2,393 procedimientos de solicitud, 939 fueron reconocidos y en 152 se determinó
otro tipo de protección, como las visas humanitarias que permiten una estadía
temporal.
De las solicitudes
presentadas, 1,560 correspondieron a ciudadanos de Honduras, 1,475 de El
Salvador, 202 de Guatemala, 57 de Venezuela, 37 de Cuba, 28 de Nicaragua, 26 de
Perú y 20 de la India. En 2016 las cifras siguen en aumento.
“Lo importante es no estar en
Honduras. Estoy aquí, vivo”, repite Ayala explicando su solicitud de refugio.
“Lo más difícil es que te crean tu historia. Los mexicanos piden que tu
solicitud de refugio tenga mucha evidencia. Muchos salen de un día para otro de
Honduras y no hay tiempo para buscar esas pendejadas. Si te van a matar, vos
huis, huis y ya. Los mexicanos piensan que pedimos refugio para movernos por
todo su país y llegar a Estados Unidos más fácil. Desconfían. No los culpo.
Pero en Honduras ya no se puede vivir”, lamenta.
Ahora, con su carreta de
helados frente a La 72, el expolicía hondureño también trabaja como una suerte
de asesor jurídico para otros migrantes cuando habla sobre los documentos que
necesitan para solicitar refugio en México. También es un asesor del camino en
tanto explica el recorrido de La Bestia que pasa por Tenosique, que se dirige a
Palenque, luego a Villahermosa, que luego busca la estación de Coatzacoalcos y
que desde ahí se puede optar por dos vías de ferrocarril para buscar el Norte.
“Reynosa o la otra que pasa
cerca del Estado de México”, dice. Es además un asesor en seguridad personal
mientras recomienda cuidado y relata la forma en que ha visto a otros migrantes
que regresan al albergue luego de haber subido al tren y ser secuestrados,
heridos, asaltados, abusados, golpeados, extorsionados, capturados, mutilados,
asustados. Y en tanto dice, hace, gesticula, el expolicía hondureño también
ofrece paletas de mango, de coco, de fresa, de chocolate… a 5 pesos.
Con la noche o el atardecer,
asegura Ayala, las vías del tren se recomponen y dejan de estar torcidas por el
calor que llega a los 40 grados. “El tren no pasa de día por eso”, dice. La
espera entonces es larga, absurda. La espera es tiempo parar matar. Y mientras
esperan, todos los migrantes dicen (confían) que el tren llegará esta noche, pero
ninguno está seguro de ello. Y si no llega, la esperanza se inventa y se
deposita siempre en el mañana, pero sin atreverse a predecir una hora exacta,
salvo aventurarse a comentar que el tren llegará pronto.
El albergue de La 72 cierra
sus puertas al atardecer. Una cuestión de seguridad. Es un lugar custodiado por
la Orden Franciscana. Fray Tomás González es el responsable del albergue. Lo
fundó hace seis años, en memoria de los 72 migrantes que fueron masacrados en
San Fernando, Tamaulipas, en 2010. Fray Tomás –mexicano, pequeño, moreno, de
gestos serios– es una persona ocupada, no tiene tiempo de hablar con
periodistas, pero considera que el fenómeno migratorio que sucede cada día en
Tenosique es “una crisis humanitaria” que las autoridades no quieren admitir.
Se sabe, de entrevistas que le han realizado antes, que Fray Tomás considera
este tramo del ferrocarril como el más peligroso de esta área, más que las vías
de Arriaga, más que las de Ixtepec o Veracruz. Los migrantes son más
vulnerables, como ha dicho Fray Tomás, porque las autoridades del Instituto
Nacional de Migración de México (INM) están coludidas con el crimen organizado.
Ese ha sido su veredicto. La “crisis humanitaria” que se da cuando los Estados
de origen ya no pueden ofrecer condiciones mínimas de sobrevivencia para muchos
de sus ciudadanos.
Esta ruta, hasta hace poco, no
era tan frecuentada masivamente por los migrantes centroamericanos. Pero luego
de que en 2005 las vías del tren de Ciudad Hidalgo, Chiapas, fueron destruidas
por la tormenta tropical Stan, los migrantes han buscado La Bestia más al
norte, en Tabasco. Las fronteras guatemaltecas de Huehuetenango y San Marcos
cada vez están más custodiadas. Además, los migrantes que llegan a Tenosique
deben pasar por la frontera de El Ceibo –ese último pico extraño que existe a
la derecha del mapa geográfico de Petén, el departamento más grande de
Guatemala– como efecto colateral de la implementación del programa Plan
Frontera Sur, un proyecto avalado por Estados Unidos que prometía proteger a
los migrantes a su paso por México y que, en su lugar, agentes de Migración,
policías y soldados convirtieron en una cacería para la deportación.
Hoy el albergue de Tenosique
está repleto. Más de 300 personas pasarán en La 72, muchos a la espera del tren.
En su mayoría son hondureños. Tres por cada centroamericano de otra
nacionalidad. Dentro del albergue hay un espacio para mujeres, otro para
menores, uno para solo varones y uno más para la comunidad LGBTI, que suele ser
una cifra importante en los albergues de migrantes de todo México. En La 72
todos tienen tareas asignadas: lavar, cocinar, trapear… Si en cualquier momento
La Bestia bufa en la distancia, como comentan algunos de los voluntarios
extranjeros que ayudan o hacen prácticas universitarias durante varios meses en
ese lugar, se producirá una desbandada. Un sálvese quien pueda formado de
cientos de migrantes que buscarán subirse al tren en marcha, en la oscuridad,
casi ciegos, sin haber dormido adecuadamente. Pero ahora todos esperan a que el
tren dé algún indicio de vida.
La 72 tiene
varios puntos-vista hacia la vieja estación del tren. Siempre, en cada punto,
hay un migrante que la hace de vigía. Si La Bestia se asoma, cada migrante
centinela gritará ¡tren! y habrá movimiento, las puertas del albergue se
abrirán sin importar la hora. En promedio, la mitad de los que buscan subir a
la máquina lo logran. Y así los migrantes se van diluyendo poco a poco por todo
el territorio mexicano. Pocos lo lograrán. Quizá menos de la mitad de los que
hoy esperan el tren desde este primer punto consigan llegar a Estados Unidos.
Hoy en el albergue hay familias enteras esperando. Madres adolescentes con dos
o tres hijos que también esperan, aunque nadie sabe cómo, subirán todos juntos
al tren que no se detiene. Hay niños flacos que apenas empiezan a tener bigote
que también aguardan en el albergue por el rugido de La Bestia. Transexuales
simpáticos y coquetos, que se han puesto sus mejores vestidos de noche, que
dicen que, así como están, se las apañarán para subir como sea sobre el lomo de
La Bestia. El albergue, lleno, permanece en tensa calma. Todos esperando.
Las oleadas de migrantes son
cada vez más grandes, con problemas muy profundos en su interior. Aunque no hay
cifras. Problemas extraños y duros que insisten en no ser visibilizados desde
sus países de origen. Y por lo tanto poco abordados. Estados como Honduras o El
Salvador, como explica Crisis Group, apenas están comenzando a reconocer una
crisis humanitaria, con alguna exigua voluntad para abordar los “factores
subyacentes” de quienes huyen de la persecución y la violencia, aunque lo
cierto es que poco de eso aparece en el discurso político de los líderes de la
región. Las olas de migrantes, no obstante, golpean y regresan con fuerza en un
inmenso mar aéreo de aviones y autobuses llenos de deportados.
El círculo es vicioso, un
samsara violento de huir de la muerte y encontrar reencarnación en otra parte
que no se parezca al país de tu nacimiento, pero si te atrapan y te deportan
vuelves de regreso ante la muerte. Un círculo que a pesar de todo intenta
romperse y terminar en una nueva vida, pero que pocos lo consiguen. En 2014,
Honduras fue catalogado como el país más violento del mundo de los países sin
conflicto de guerra. En 2015, El Salvador se convirtió en el país más violento
del hemisferio occidental, con una tasa de 103 homicidios por cada 100,000
habitantes. Y Guatemala les ha seguido de cerca, ahora como el sexto país que
mayor violencia genera.
La mayoría de
migrantes en La 72 huyen de esas realidades. No quieren ser parte de las
estadísticas de homicidios. Ahora son parte de otros datos más confusos, que a
muy pocos les interesan. La 72 prometió a Plaza Pública compartir algunos datos
sobre los migrantes que esperan el tren en el albergue. Pero luego de una
semana no hubo respuesta. Seis años de datos que ayudarían a describir mejor
esta ruta que se ha vuelto una opción importante para cientos de personas. Seis
años de datos para descubrir alguna tendencia o cambio o estabilidad o
descripción. Aunque las cifras a veces no son tan necesarias si la evidencia
está justo frente a nuestros ojos: cientos de migrantes que están acá, a la
espera de un tren que no aparece, incómodos, hacinados, mal comidos, con sus
niños pequeños, en familia, que prefieren la ilusión de llegar a alguna parte
en vez de estar en sus países de origen que ya no les dejan vivir
tranquilamente.
***
Afuera, en el albergue, nada ha cambiado.
Es un nuevo día bajo el árbol en medio del descampado. El sol está en lo alto.
Ayala, el expolicía hondureño, ya vende sus helados. A su alrededor los
migrantes se reúnen a contar sus historias. Pandillas. Extorsiones. Honduras.
El Salvador. Pandillas. Extorsiones. Honduras. El Salvador… Alguien comenta que
hoy sí: el tren llegará esta noche. Son más de seis migrantes que intentan
otear el horizonte, en dirección de las vías del tren. Nada. La Bestia no
aparece. Se dedican a matar el tiempo. Esperan. El tren no llega. No se sabe si
llegará esta noche. —Si no viene hoy, vendrá mañana
Esta crónica fue escrita
por Oswaldo J. Hernández para Plaza Pública de Guatemala y es republicada por
CONNECTAS gracias a un acuerdo de difusión de contenidos.
Original: http://bit.do/cPPfS
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