Tuesday, October 25, 2016

Esperando el tren

En Tenosique, Tabasco, México, cientos de migrantes pasan varios días a la espera de La Bestia, ese tren que los conducirá a lo largo del país azteca. Lo hacen protegidos en un refugio al que se ha bautizado ‘La 72’, que les da un poco de tranquilidad previa a su desconocido viaje. Esta es la historia, también, de los países que escupen a sus ciudadanos hacia la incertidumbre porque quedarse en sus lugares de origen ya no es una opción.

Un camino en medio de un descampado. Un árbol. Empieza la tarde y sin el sol en el firmamento (ni en la frente), la esperanza de muchos migrantes recae en que el tren por fin aparezca, que bufe en alguna parte. Vienen de Honduras, de El Salvador, de Guatemala y Nicaragua buscando este punto en Tenosique, Tabasco, México, donde aparece por primera vez uno de los tramos que recorre La Bestia, el ferrocarril, a 50 kilómetros de la frontera norte con Guatemala.
Hasta hace unos años el tren se detenía aquí por completo, y aquí cambiaba o se hacía de carga, había una estación en funcionamiento y los migrantes aprovechaban la tranquilidad de La Bestia para trepar por sus costados y empezar su recorrido hacia el México profundo sobre los vagones de metal en busca de Estados Unidos. Pero hoy todo ha cambiado y el tren que pasa por Tenosique ya no toma cargas ni suspende la marcha. Ahora avanza y ruge mientras los migrantes que llegan a este lugar intentan aferrarse con todas sus fuerzas a sus costados. El tren tampoco tiene horarios. Nadie sabe la hora en que pasará. Por lo regular lo hace en plena oscuridad. Y la estación en la que antes se coordinaban las cargas y descargas hoy es un viejo y derruido edificio que ha sido ocupado por gente mayor: al menos cuatro jubilados de la liquidada Ferrocarriles Nacionales de México, y que viven allí hacinados junto con animales de granja.
Ayala es un migrante peculiar. Huye de Honduras porque, como dice, allá era policía militar y eso, si te reconocen, si te ubican como parte de la seguridad pública, es una sentencia de muerte. Un día lo vieron sin la capucha del trabajo pero con el uniforme y la placa, y desde entonces en su colonia la pandilla local lo amenazó de muerte. Muerte para él, muerte para su hijo de dos años, muerte para su esposa, muerte para su mamá. Tiene un mes con 15 días de estar en Tenosique, y en tan corto tiempo ya ha conseguido trabajo: vende helados en este descampado, bajo un árbol, frente al único albergue de migrantes de Tenosique. Desde su puesto de trabajo, comparte el mismo interés de los otros migrantes por la llegada del tren, salvo que a él, la llegada del tren, es algo que ya no le entusiasma. Vendrá, no vendrá, da igual.
Ayala también es un migrante particular porque su destino ya no es Estados Unidos. “Me vale madre llegar al Norte”, dice. Ha llegado a Tenosique, México, y espera, confía, quedarse un poco más. Tiene un mes de haber solicitado refugio en México. “Ya llevo cinco firmas de 12 que necesito”, sonríe. Pero su historia también retrata un cambio significativo en la lógica de la movilidad humana que sucede paralela a las rutas del ferrocarril. Para muchos migrantes Estados Unidos ya no es un destino relevante, en cambio, lo importante ahora es huir, buscar otro lugar, no importa dónde, siempre y cuando sea lejos de su país de origen. Desde hace dos años Honduras es el principal país de Centroamérica en hacer solicitudes de refugio en México.
“Me quiero quedar acá. No importa. Lo importante es que ya no estoy en Honduras. En Honduras ya estaría muerto”, explica Ayala, y ofrece a una migrante un congelado –“fresa, coco, mango”– por 5 pesos.
Entre 2014 y 2015 el número de extranjeros que solicitaron refugio en México, de manera formal ante la Secretaría de Gobernación (SEGOB), pasó de 2,137 casos a 3,423, lo que representó un incremento de un 60.1 %. De acuerdo con estadísticas de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR), el año pasado se concluyeron 2,393 procedimientos de solicitud, 939 fueron reconocidos y en 152 se determinó otro tipo de protección, como las visas humanitarias que permiten una estadía temporal.
De las solicitudes presentadas, 1,560 correspondieron a ciudadanos de Honduras, 1,475 de El Salvador, 202 de Guatemala, 57 de Venezuela, 37 de Cuba, 28 de Nicaragua, 26 de Perú y 20 de la India. En 2016 las cifras siguen en aumento.
“Lo importante es no estar en Honduras. Estoy aquí, vivo”, repite Ayala explicando su solicitud de refugio. “Lo más difícil es que te crean tu historia. Los mexicanos piden que tu solicitud de refugio tenga mucha evidencia. Muchos salen de un día para otro de Honduras y no hay tiempo para buscar esas pendejadas. Si te van a matar, vos huis, huis y ya. Los mexicanos piensan que pedimos refugio para movernos por todo su país y llegar a Estados Unidos más fácil. Desconfían. No los culpo. Pero en Honduras ya no se puede vivir”, lamenta.
Ahora, con su carreta de helados frente a La 72, el expolicía hondureño también trabaja como una suerte de asesor jurídico para otros migrantes cuando habla sobre los documentos que necesitan para solicitar refugio en México. También es un asesor del camino en tanto explica el recorrido de La Bestia que pasa por Tenosique, que se dirige a Palenque, luego a Villahermosa, que luego busca la estación de Coatzacoalcos y que desde ahí se puede optar por dos vías de ferrocarril para buscar el Norte.
“Reynosa o la otra que pasa cerca del Estado de México”, dice. Es además un asesor en seguridad personal mientras recomienda cuidado y relata la forma en que ha visto a otros migrantes que regresan al albergue luego de haber subido al tren y ser secuestrados, heridos, asaltados, abusados, golpeados, extorsionados, capturados, mutilados, asustados. Y en tanto dice, hace, gesticula, el expolicía hondureño también ofrece paletas de mango, de coco, de fresa, de chocolate… a 5 pesos.
Con la noche o el atardecer, asegura Ayala, las vías del tren se recomponen y dejan de estar torcidas por el calor que llega a los 40 grados. “El tren no pasa de día por eso”, dice. La espera entonces es larga, absurda. La espera es tiempo parar matar. Y mientras esperan, todos los migrantes dicen (confían) que el tren llegará esta noche, pero ninguno está seguro de ello. Y si no llega, la esperanza se inventa y se deposita siempre en el mañana, pero sin atreverse a predecir una hora exacta, salvo aventurarse a comentar que el tren llegará pronto.
El albergue de La 72 cierra sus puertas al atardecer. Una cuestión de seguridad. Es un lugar custodiado por la Orden Franciscana. Fray Tomás González es el responsable del albergue. Lo fundó hace seis años, en memoria de los 72 migrantes que fueron masacrados en San Fernando, Tamaulipas, en 2010. Fray Tomás –mexicano, pequeño, moreno, de gestos serios– es una persona ocupada, no tiene tiempo de hablar con periodistas, pero considera que el fenómeno migratorio que sucede cada día en Tenosique es “una crisis humanitaria” que las autoridades no quieren admitir. Se sabe, de entrevistas que le han realizado antes, que Fray Tomás considera este tramo del ferrocarril como el más peligroso de esta área, más que las vías de Arriaga, más que las de Ixtepec o Veracruz. Los migrantes son más vulnerables, como ha dicho Fray Tomás, porque las autoridades del Instituto Nacional de Migración de México (INM) están coludidas con el crimen organizado. Ese ha sido su veredicto. La “crisis humanitaria” que se da cuando los Estados de origen ya no pueden ofrecer condiciones mínimas de sobrevivencia para muchos de sus ciudadanos.
Esta ruta, hasta hace poco, no era tan frecuentada masivamente por los migrantes centroamericanos. Pero luego de que en 2005 las vías del tren de Ciudad Hidalgo, Chiapas, fueron destruidas por la tormenta tropical Stan, los migrantes han buscado La Bestia más al norte, en Tabasco. Las fronteras guatemaltecas de Huehuetenango y San Marcos cada vez están más custodiadas. Además, los migrantes que llegan a Tenosique deben pasar por la frontera de El Ceibo –ese último pico extraño que existe a la derecha del mapa geográfico de Petén, el departamento más grande de Guatemala– como efecto colateral de la implementación del programa Plan Frontera Sur, un proyecto avalado por Estados Unidos que prometía proteger a los migrantes a su paso por México y que, en su lugar, agentes de Migración, policías y soldados convirtieron en una cacería para la deportación.
Hoy el albergue de Tenosique está repleto. Más de 300 personas pasarán en La 72, muchos a la espera del tren. En su mayoría son hondureños. Tres por cada centroamericano de otra nacionalidad. Dentro del albergue hay un espacio para mujeres, otro para menores, uno para solo varones y uno más para la comunidad LGBTI, que suele ser una cifra importante en los albergues de migrantes de todo México. En La 72 todos tienen tareas asignadas: lavar, cocinar, trapear… Si en cualquier momento La Bestia bufa en la distancia, como comentan algunos de los voluntarios extranjeros que ayudan o hacen prácticas universitarias durante varios meses en ese lugar, se producirá una desbandada. Un sálvese quien pueda formado de cientos de migrantes que buscarán subirse al tren en marcha, en la oscuridad, casi ciegos, sin haber dormido adecuadamente. Pero ahora todos esperan a que el tren dé algún indicio de vida.
La 72 tiene varios puntos-vista hacia la vieja estación del tren. Siempre, en cada punto, hay un migrante que la hace de vigía. Si La Bestia se asoma, cada migrante centinela gritará ¡tren! y habrá movimiento, las puertas del albergue se abrirán sin importar la hora. En promedio, la mitad de los que buscan subir a la máquina lo logran. Y así los migrantes se van diluyendo poco a poco por todo el territorio mexicano. Pocos lo lograrán. Quizá menos de la mitad de los que hoy esperan el tren desde este primer punto consigan llegar a Estados Unidos. Hoy en el albergue hay familias enteras esperando. Madres adolescentes con dos o tres hijos que también esperan, aunque nadie sabe cómo, subirán todos juntos al tren que no se detiene. Hay niños flacos que apenas empiezan a tener bigote que también aguardan en el albergue por el rugido de La Bestia. Transexuales simpáticos y coquetos, que se han puesto sus mejores vestidos de noche, que dicen que, así como están, se las apañarán para subir como sea sobre el lomo de La Bestia. El albergue, lleno, permanece en tensa calma. Todos esperando.
Las oleadas de migrantes son cada vez más grandes, con problemas muy profundos en su interior. Aunque no hay cifras. Problemas extraños y duros que insisten en no ser visibilizados desde sus países de origen. Y por lo tanto poco abordados. Estados como Honduras o El Salvador, como explica Crisis Group, apenas están comenzando a reconocer una crisis humanitaria, con alguna exigua voluntad para abordar los “factores subyacentes” de quienes huyen de la persecución y la violencia, aunque lo cierto es que poco de eso aparece en el discurso político de los líderes de la región. Las olas de migrantes, no obstante, golpean y regresan con fuerza en un inmenso mar aéreo de aviones y autobuses llenos de deportados.
El círculo es vicioso, un samsara violento de huir de la muerte y encontrar reencarnación en otra parte que no se parezca al país de tu nacimiento, pero si te atrapan y te deportan vuelves de regreso ante la muerte. Un círculo que a pesar de todo intenta romperse y terminar en una nueva vida, pero que pocos lo consiguen. En 2014, Honduras fue catalogado como el país más violento del mundo de los países sin conflicto de guerra. En 2015, El Salvador se convirtió en el país más violento del hemisferio occidental, con una tasa de 103 homicidios por cada 100,000 habitantes. Y Guatemala les ha seguido de cerca, ahora como el sexto país que mayor violencia genera.
La mayoría de migrantes en La 72 huyen de esas realidades. No quieren ser parte de las estadísticas de homicidios. Ahora son parte de otros datos más confusos, que a muy pocos les interesan. La 72 prometió a Plaza Pública compartir algunos datos sobre los migrantes que esperan el tren en el albergue. Pero luego de una semana no hubo respuesta. Seis años de datos que ayudarían a describir mejor esta ruta que se ha vuelto una opción importante para cientos de personas. Seis años de datos para descubrir alguna tendencia o cambio o estabilidad o descripción. Aunque las cifras a veces no son tan necesarias si la evidencia está justo frente a nuestros ojos: cientos de migrantes que están acá, a la espera de un tren que no aparece, incómodos, hacinados, mal comidos, con sus niños pequeños, en familia, que prefieren la ilusión de llegar a alguna parte en vez de estar en sus países de origen que ya no les dejan vivir tranquilamente.
***
Afuera, en el albergue, nada ha cambiado. Es un nuevo día bajo el árbol en medio del descampado. El sol está en lo alto. Ayala, el expolicía hondureño, ya vende sus helados. A su alrededor los migrantes se reúnen a contar sus historias. Pandillas. Extorsiones. Honduras. El Salvador. Pandillas. Extorsiones. Honduras. El Salvador… Alguien comenta que hoy sí: el tren llegará esta noche. Son más de seis migrantes que intentan otear el horizonte, en dirección de las vías del tren. Nada. La Bestia no aparece. Se dedican a matar el tiempo. Esperan. El tren no llega. No se sabe si llegará esta noche. —Si no viene hoy, vendrá mañana

Esta crónica fue escrita por Oswaldo J. Hernández para Plaza Pública de Guatemala y es republicada por CONNECTAS gracias a un acuerdo de difusión de contenidos.

 




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