Oh, Señor, hazme un
instrumento de Tu Paz .
Donde hay odio, que lleve yo el Amor. Donde haya ofensa, que lleve yo el Perdón. Donde haya discordia, que lleve yo la Unión. Donde haya duda, que lleve yo la Fe. Donde haya error, que lleve yo la Verdad.
Donde haya desesperación, que lleve yo la Alegría. Donde haya tinieblas, que lleve yo la Luz.
(Por Fr. Eloi Leclerc OFM) La crisis moral, agravada por la enfermedad, fue para Francisco el tránsito obligado hacia una depuración radical. “Se encontraba fuertemente turbado interior y exteriormente, en su alma y en su cuerpo” Se retiró a la soledad de un eremitorio para ocultar su pena y su inquietud. El peligro consistía en encerrase en el aislamiento y la amargura. Dios le esperaba ahí, invitándole a una purificación suprema. Tenía que desapropiarse de su obra para convertirse él mismo en la obra de Dios, no considerar a su Orden como un asunto exclusivamente suyo sino de Dios. “No te turbes más... soy el Señor” Francisco oyó la llamada y entregó todas sus fuerzas al Señor. Dios es, eso basta. Fue entonces cuando el corazón de Francisco se alivió.
Donde hay odio, que lleve yo el Amor. Donde haya ofensa, que lleve yo el Perdón. Donde haya discordia, que lleve yo la Unión. Donde haya duda, que lleve yo la Fe. Donde haya error, que lleve yo la Verdad.
Donde haya desesperación, que lleve yo la Alegría. Donde haya tinieblas, que lleve yo la Luz.
(Por Fr. Eloi Leclerc OFM) La crisis moral, agravada por la enfermedad, fue para Francisco el tránsito obligado hacia una depuración radical. “Se encontraba fuertemente turbado interior y exteriormente, en su alma y en su cuerpo” Se retiró a la soledad de un eremitorio para ocultar su pena y su inquietud. El peligro consistía en encerrase en el aislamiento y la amargura. Dios le esperaba ahí, invitándole a una purificación suprema. Tenía que desapropiarse de su obra para convertirse él mismo en la obra de Dios, no considerar a su Orden como un asunto exclusivamente suyo sino de Dios. “No te turbes más... soy el Señor” Francisco oyó la llamada y entregó todas sus fuerzas al Señor. Dios es, eso basta. Fue entonces cuando el corazón de Francisco se alivió.
Desde este momento podría
entregarse a su misión de paz con un corazón pacificado, con un alma
iluminada. Lo importante no era fundar una fraternidad ejemplar sino ser uno
mismo, un hombre fraterno, transmisor de la bondad del Padre. Ahora Francisco
podía escribir a ciencia cierta: “Son verdaderamente pacíficos aquellos
que, en medio de todas las cosas que padecen en este siglo, conservan, por el
amor de Nuestro Señor Jesucristo, la paz del alma y del cuerpo”
A un hermano responsable
de una fraternidad que le pedía autorización para retirarse a la soledad de
un eremitorio con el pretexto de que sus compañeros le causaban toda suerte de
molestias y le impedían amar al Señor como él habría deseado, Francisco podía
responder con la autoridad que da sólo la experiencia personal: “Todas las
cosas que te estorban para amar al Señor Dios y cualquiera que te ponga
estorbo, se trate de hermanos u otros, aunque lleguen a azotarte, debes
considerarlo como gracia...Y ama a los que esto te hacen. Y no pretendas de
ellos otra cosa ...Y que te valga más esto que vivir en un eremitorio...”
La unidad de la
creación
A partir de ahora, ya nada
limita la mirada de Francisco, nada se opone ya a la acción del Espíritu en
él, es libre como el viento. Es entonces cuando escribe una carta “a todos
los fieles”, deseándoles “la verdadera paz del cielo”. Esto nos da
una idea de la altura de sus expectativas. Pero no sólo quiere unir a todos
los hombres en la paz, sino que quiere extender esta paz a toda la creación,
reconciliando al hombre con la naturaleza. Este deseo de presencia fraterna en
el mundo encuentra su expresión en el “Cántico del Hermano Sol” o “Cántico
de las Criaturas”.
Este Cántico que compuso
Francisco en el ocaso de su vida es un verdadero testamento espiritual. Expresa
un gran impulso de alabanza. El Pobrecillo alaba a Dios por todas sus
criaturas. Esta alabanza tiene el resplandor del sol, la dulce claridad de las
estrellas, las alas del viento, la humildad del agua, el ardor del fuego y la
paciencia de la tierra. Celebra la belleza del mundo. En este Cántico
encontramos tres veces el adjetivo “hermoso”. Esta alabanza cósmica se
inscribe dentro de la más pura tradición de los cantos bíblicos y de los salmos.
Pero aquí se añade algo nuevo: un deseo de comunión fraterna. Francisco
fraterniza con las criaturas y rechazando cualquier espíritu de dominación,
las acoge a todas como hermanos o hermanas, asociándolas a su destino más
alto. Francisco se eleva con todas ellas hacia Dios en la alabanza.
Esta comunión fraterna
con las criaturas no es mera sensiblería ni un sueño vano. Por otra parte no
se opone a la valoración de los recursos naturales y a su utilización por el
hombre. Incluso podemos decir que, según Francisco, los elementos materiales
son tanto más fraternos cuanto mayor sea el servicio que presten al hombre. Al
mismo tiempo que su belleza, celebra su utilidad, saluda a la hermana Agua como
“muy útil”. Hace lo mismo con el hermano Viento, cuyo aliento es vida, o
nuestra hermana la madre Tierra, que nos alimenta produciendo toda clase de
frutos.
Hay en esta comunión
fraterna con las criaturas un gran amor por la vida que se une al amor del
Creador por su obra. De ahí procede el respeto religioso que tiene Francisco
por todo lo que vive y existe. Recomienda a sus hermanos que van a cortar leña
al bosque no dejar tras ellos un desierto, sino permitir a la vida volver a
brotar en nuevas frondosidades. Condena cualquier tipo de codicia humana que
viole la tierra y torture la vida. Cuántas veces devolvió la libertad a animales
capturados inútilmente.
Más allá de cualquier
conflicto
El hombre que fraterniza
con las criaturas se abre, al mismo tiempo, a todo lo que ellas simbolizan;
fraterniza con esa parte oscura de sí mismo que se sumerge en la naturaleza:
con su cuerpo y todas sus fuerzas vivas. Francisco no rechaza nada, sino que
asume todo en su deseo de impulso hacia Dios. Su vida espiritual no se
desarrolla en un universo aparte. Él va hacia Dios con sus raíces cósmicas,
con “nuestra hermana la madre Tierra que nos mantiene y nos gobierna”. Con
esto queda superada cualquier dualidad. Las fuerzas oscuras de la vida son
transfiguradas transformándose en fuerzas de luz y perdiendo su carácter
temible. El lobo es domesticado, y no solamente el lobo que corre a través de
los bosques, sino también, y sobre todo, aquel que se oculta dentro de cada
uno de nosotros. La agresividad de la vida se transforma en fuerza de amor. Es
ésta quien canta en el “hermano Fuego que ilumina la noche: él es hermoso y
alegre, indomable y fuerte”.
En paz consigo mismo, el
hombre puede fraternizar con todos sus semejantes. Francisco ha querido añadir
a su alabanza a las criaturas la del hombre del perdón y de la paz. Saluda a
este hombre como la coronación de toda la obra creadora:
Loado seas mi Señor
por los que perdonan por tu amor,
por los que soportan pruebas y enfermedades: felices si conservan la paz,
ya que por Ti, Altísimo, serán coronados”
por los que perdonan por tu amor,
por los que soportan pruebas y enfermedades: felices si conservan la paz,
ya que por Ti, Altísimo, serán coronados”
El Cántico de las
Criaturas es el lenguaje de un hombre abierto a su ser total, nacido a una
personalidad en plenitud, en el que las fuerzas de la vida y del deseo se han
integrado: se han convertido en fuerzas de amor y de luz. Esto otorga a la vida
espiritual de Francisco su plenitud y, al mismo tiempo, un carácter
resplandeciente.
Francisco descubre el
sentido luminoso de la creación a partir de una experiencia interior que
constituye una nueva génesis. “Aparecía, dice Celano, como un
hombre nuevo y del otro mundo”
Su Cántico no es sólo un
vibrante homenaje al Creador. También es la celebración de un devenir: canta
a la nueva creación en el corazón mismo del hombre fraterno.
El secreto de esta aurora
divina es esta pobreza que Francisco vivió, no solamente en relación con los
bienes de este mundo, sino de un modo aún más profundo, en el corazón mismo
de su relación con Dios. Dejando que Dios fuese Dios, y entregándose
totalmente a Él, Francisco se identificó con la presencia total y amorosa del
Creador en su obra.
Más recursos: http://www.ofm.org/01docum/jpic/suss99SP.pdf
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