Wednesday, November 7, 2018

Propuesta Noviolenta: ¿Ingenua o Intrépida?


Cuando, al conversar con conocidos, propongo la noviolencia activa en la resolución de conflictos que incluyen un sadismo y una brutalidad irracionales, la respuesta es muy a menudo la misma: «Eres demasiado ingenuo», y me lo dicen porque aseguran que «unos extremistas cegados que degüellan, asesinan mil veces y no cambian, no tienen entrañas para desarmarse contemplando sólo la fe del satyagrahi». Según estos conocidos míos, los extremistas en cuestión ya no serán en ningún caso capaces de detectar nunca jamás qué es humanidad. Son casos perdidos. También debían de serlo los verdugos de Jesús, que actuó como el mejor satyagrahi hasta la cruz. Pero, la «noviolencia activa» ¿es únicamente este combate interior para mantener una «pasividad pacífica» en la actitud exterior ante la agresión? ¿No será el espejo del satyagrahi demasiado pasivo para resolver muchas injusticias? Procuraré responder a estas preguntas desde la propuesta que Jesús hace en los Evangelios, en concreto en los ejemplos de Mateo 5,38-42.

Antes de afrontar este interrogante, sin embargo, me gustaría volver a las tres maneras de afrontar un conflicto: la primera, fight, detener el conflicto por la fuerza devolviendo parte de la violencia hasta ponerle punto final.
La segunda, flight, huir, que es muy distinta del combate interior del Siervo para forjar un espejo de inocencia ante el verdugo. Flight significa sencillamente escapar evitando más conflicto, cediendo, aceptando la opresión, la actitud más pasiva imaginable. La tercera, la noviolencia activa (NOVA), practicada por Jesús y tantos otros, que quiero ofreceros en estas líneas: un método activo de resistencia y estrategias noviolentas para desarmar los infiernos.

De entrada, cualquiera puede entender que la segunda opción, flight, o ceder a la injusticia, es una actitud posible, pero que jamás resolverá el conflicto. Antes de pasar a detallar mejor la tercera opción de noviolencia activa, pues, es preciso explicar por qué la primera opción, fight o lucha violenta, no puede ser nunca solución de un conflicto, como asegura el mismo Jesús: «Devuelve la espada a la vaina, que quien empuñe la espada, por la espada morirá» (Mt 26,52). De hecho, encuentro tan poca gente que no justifique luchar violentamente contra extremistas y las enormes crueldades, que me veo obligado a desarrollar más este punto para poner en evidencia lo que falla en la primera propuesta: por qué la violencia, ni que sea un medio temporal para detener al enemigo, nunca puede engendrar una paz verdadera.

El mito de la violencia redentora. Os invito por un momento a recordar las historias de dibujos animados que conocisteis en vuestra infancia, a pasar por la memoria las películas que os rodean a menudo, a tener presentes los cómics o las novelas que han llenado nuestro tiempo de ocio. Estoy seguro de que en gran parte aparece el mismo esquema: un tirano pérfido y cruel amenaza la existencia y la paz de un colectivo con el que debemos identificarnos, pero de repente aparece un héroe capaz de luchar contra el opresor, un héroe que al final castiga el enemigo y lo borra del mapa, y así restaura la paz en el mundo. Final feliz. La conclusión de esta lógica es clara: la violencia contra el malvado nos «redime» o «salva» de su maldad. Esta conclusión, desde nuestra tierna infancia, es constantemente inculcada en nuestra sociedad a través de medios, artes, literatura y todo tipo de recursos… hasta que la damos por supuesta.

Si tuviéramos que ponerle un nombre podríamos llamarla el «mito de la violencia redentora». Sus raíces más antiguas se encontrarían en el mito babilonio de la creación Enûma Eliš del año 1250 aC, aproximadamente. En el Enûma Eliš, la situación que lleva al mismo patrón de tantas historias es esta: Apsû, el dios padre, y Tiamat, la diosa madre, engendran muchos dioses, que viven en el cuerpo de Tiamat. Los pequeños dioses arman tanto revuelo que Apsû decide matarlos para poder dormir, aunque Tiamat se niega. Pero el complot se descubre antes de pasar a la acción, uno de los dioses jóvenes mata Apsû y Tiamat jura vengarse de él. A partir de este momento, los dioses viven bajo el terror de la diosa Tiamat, y aquí podemos reconocer el patrón hiperconocido de la amenaza
que lleva a la necesidad de un héroe. Para evitar ser destruidos y para asegurarse la paz escogen al dios Marduk, quien, asesinando y desmembrando a su madre Tiamat, causa el estallido del Cosmos y genera el Universo que conocemos.

Este mito justifica un principio: la violencia es algo necesario para sobrevivir en este mundo ya desde su creación. La creación no es un acto de amor, sino el fruto de un asesinato. Aunque haya amor y bien, el mal ha precedido a cualquier bien existente. Es la conclusión contraria a la bíblica, que sitúa a los primeros humanos en un paraíso idílico donde todo era bueno hasta que el mal, en un segundo momento, entra en escena.

El mito del Enûma Eliš y todas las historias que lo actualizan hoy en día suponen que en medio del caos no puede haber orden sin aplicar violencia, ya que nuestro origen es la violencia. Es también el principio de la violencia doméstica. O de los videojuegos más extendidos. O de políticas gubernamentales. Hasta de una enorme mayoría de películas de Hollywood que consumimos muy a menudo, basadas en la acción policial armada –o la de un ejército– para destruir amenazas cada vez mayores contra ciudades de los Estados Unidos. Ellos son los «agentes del orden», unos héroes en quienes delegamos nuestra violencia para asegurar que estamos protegidos de los criminales, porque necesitamos sentir que es posible vencer tanta injusticia, que existe alguien, el héroe, con suficiente poder para derrotar el mal de raíz, y destruir, claro está, a quien lo practicaba. La paz a través de la guerra, la seguridad, a través de la fuerza; sociedades bajo la amenaza armada, sociedades basadas en el miedo, en que de vez en cuando los atentados terroristas nos confirman tristemente que una paz y una seguridad tales, por medio de la represión violenta, no han resuelto todavía el conflicto con el enemigo. El mito de la violencia redentora es la religión que domina hoy en día, ante la cual resulta blasfemo plantear interrogantes.

Sin embargo, este mito parte de una visión simplista de la realidad: buenos y malos absolutos. Resulta muy interesante para los poderes del mundo fomentar fascinación, placer y entretenimiento constantes a través de este mito, porque incapacita las sociedades de crítica y madurez. Dominando a las personas a través de esta visión dualista de la realidad aseguran que sus decisiones (guerras, corrupción, espolios interesados, control de los poderes…) quedarán justificados para la población que les vota, porque para mantener la seguridad en el país, tal o cual decisión son fundamentales. El mito actúa debilitando toda vía de capacitar a la sociedad y avanzar interiormente. Brutaliza y animaliza: acción-reacción. La misericordia para quien ha causado mal no existe, la pena de muerte ha quedado legitimada. Porque el mito supone que la persona no puede cambiar, que el ladrón o asesino no son personas que han cometido un crimen pero que pueden rehacer su vida, sino que son enemigos de la raza humana que hay que destruir o aislar para siempre, para mantenernos «puros, en paz». Sobreentiende que somos personajes planos, siempre iguales, no humanos.

¿Por qué las víctimas de los sistemas actuales de esta violencia redentora aceptan sumisos esta mentalidad? Saber que el mito de la violencia redentora parte de una falacia –el mundo no es ordenado ni ausente de mal gracias a la destrucción de enemigos, sino gracias a su integración– es el primer paso para desarmar los infiernos que toda autoridad poderosa establece por la fuerza. Da una libertad interior extraordinaria: somos libres para contemplar críticamente las decisiones, libres para desobedecer, porque el sistema opresivo sólo se puede mantener cuando la mayoría lo apoya.

El programa finlandés KiVa contra el bullying en las escuelas ha registrado un gran éxito: el 98% de las víctimas siente que su situación ha mejorado. Su secreto es que no sólo trabaja con las víctimas, ni lo hace sólo con los acosadores, sino que invierte especial tiempo y formación en el resto de la clase para debilitar más y más los lazos que dan poder al agresor. Desobediencia generalizada al sistema opresor.

El primer principio de noviolencia activa es la no cooperación con el mal. Esto tiene consecuencias: el satyagrahi sabe que sufrirá mucho más que si acepta sumiso el mito de la violencia redentora. Nadará a contracorriente, a menudo perseguido e incomprendido. Pero, en algunos casos, la noviolencia del espejo del Siervo puede no ser suficiente: hace falta la audacia de la desobediencia, de quien practica la noviolencia activa (NOVA) y se juega el pellejo hasta las últimas consecuencias. El 4C nos ha expuesto cómo la redención, la salvación, el orden, serán restablecidos por YHWH precisamente a través de una dinámica opuesta a la del mito de la violencia redentora; a través de un Siervo que absorbe, en lugar de rebotar, la violencia. Si realmente deseamos que YHWH reine, que venga el Reino de Dios, es inexcusable practicar el Siervo, desobedecer al mito. Es lo que aseguran tantos relatos bíblicos: la figura que una y otra vez YHWH utiliza para corregir es el rīb o contienda. 

A diferencia de la justicia de un tribunal, en que un juez condenará inevitablemente o bien al acusado o bien al acusador, en el rīb no hay juez: la víctima (bíblicamente a menudo el mismo YHWH) provoca constantemente al acusado (bíblicamente el pueblo, incluso bajo amenazas de desgracias y destrucción) con el único objetivo de que cambie su actitud, para recuperarlo. Esta es la enorme diferencia: el mito no distingue entre «mal» y «malvado», lo aplasta todo, y puesto que lo hace por la fuerza, la dinámica de la violencia se multiplica todavía más: amigos, familiares de la víctima que la quieren vengar… son los diabólicos círculos viciosos de muchas guerras que sufrimos aun hoy en el planeta. 

Porque falta valentía para desobedecer al mito y entrar en una tercera vía de resolución de conflictos, la vía de Jesús de Nazaret. 

Por Joan Morera SJ
Publicado en Cristianisme i Justícia

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